Para que desarrollemos un enfoque claro y fortaleza de fe es necesario que tengamos la convicción de que Dios es Padre bueno. La manera en que lo vemos a Él determina nuestra manera de pensar y obviamente de vivir.
Según como comprendemos a Dios, así lo representaremos.
Cuando hablo de la bondad del Señor, no me olvido de que Él también expulsó a los mercaderes del templo.
“y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas…” Jn. 2:14-16 RVC
¡Esto también es amor, porque Jesús aborrece todo lo que distorsiona la imagen del Padre! Los líderes religiosos de la época usaban su posición para beneficio propio.
En Marcos capítulo 9, está registrada la única ocasión en la que los discípulos no pudieron ver un milagro, fue en su intento de liberar y sanar a un muchacho que iba a ser arrojado al fuego.
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“Pero si a ustedes se les deja sin la disciplina que todo el mundo recibe, entonces ya no son hijos legítimos, sino ilegítimos”. He. 12:8 RVC.
Como creyentes, una de las realidades más subestimadas en nuestras vidas es la disciplina del Señor. Es tan valiosa porque en esencia valida la conversión de una persona.
La disciplina no es para castigo. Su disciplina viene para mantenernos lejos de lo que mata y destruye, y nos atrae a lo que da vida y libertad. La disciplina es la entrada a más vida. Proverbios, declara una y otra vez el valor de esta experiencia. Es de suponer que la razón que a la mayoría de nosotros no nos gusta es porque nuestro orgullo y nuestros intereses propios mueren al pasar por una disciplina. Nosotros, los seres humanos, fuimos diseñados para mejorar constantemente. Y así es la vida del discípulo del Señor.
“Ya es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si comienza primero por nosotros, ¿cómo será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios?” 1 P. 4:17 RVC
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Conforme nos volvemos más conocedores de las cosas de Dios, hay cosas que vamos tomando con frecuencia como sobreentendidas, por ejemplo: la dependencia de Dios. Se vuelve fácil suponer que sabemos qué hacer en un momento dado. En nuestros esfuerzos de ser buenos líderes tenemos la tendencia de pensar que una de nuestras fortalezas es suponer que sabemos a dónde va Dios.
Dios está buscando a grandes seguidores, para hacer de ellos una nueva clase de líder.
En el Reino de Dios, los grandes líderes se miden por su habilidad de seguir.
La experiencia del Éxodo nos ofrece un sin número de lecciones que nos pueden ayudar en esta búsqueda de que se provoque un derramamiento del Espíritu en este tiempo. La lección más obvia que podemos apreciar está dada por la necesidad que tuvieron de seguir la nube. La nube era una manifestación de la presencia de Dios sobre ellos como un pueblo. Esta nube se convertía en una columna de fuego por la noche, pero de día era una cobertura protectora.
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Dios es soberano, Señor sobre todo. Puede hacer lo que quiere hacer sin tener jamás que explicar a nadie porque hace lo que hace. El NO le debe nada a nadie, NI me debe nada a mí, ¡pero me da todo! Nunca deberíamos ni siquiera tener la intención de cuestionar o desafiar la naturaleza de Dios; así como nunca deberíamos poner en tela de juicio Su corazón o lo que Él puede o no hacer. Este nuestro Dios tiene un plan soberano. Y nos hace partícipes de él.
En cuanto al tema de la soberanía de Dios, podemos decir que existen dos realidades. Una es la que podemos llamar soberanía absoluta de Dios, y es donde Él es capaz de actuar completamente separado de nuestra voluntad o deseo. La segunda es que, Él nos acoge en una relación donde, por el diseño que Él hizo de nosotros, tenemos el privilegio de influir en Él. Ese es el privilegio básico de la oración.
Él, nuestro Padre Celestial, puede hacer cualquier cosa que quiera con o sin nosotros. Pero frecuentemente, Él escoge actuar en asociación con aquellos a quienes hizo a Su imagen, quienes lo adoran por elección propia.
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