“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”. Is. 30:21
El Espíritu Santo es el consolador. Permanentemente los caminos donde Él nos guía son desafiantes, y con frecuencia nos lleva más allá de nuestra zona de comodidad. En realidad, Él nos guía a donde uno necesita de la comodidad que solo Él nos puede dar.
Hay una enorme diferencia entre la advertencia que el Espíritu Santo nos da cuando algo es falso y la incomodidad que sentimos cuando ese algo está fuera de nuestro entendimiento. Aprender la diferencia es muy importante. Tenemos que aprender el privilegio de reconocerlo en nuestros tiempos privados con el Señor.
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Los que pasaban tiempo con Jesús eran siempre transformados por el encuentro y la relación continua que tenían.
Lo que es difícil de entender e imposible de explicar es que Él es cien por ciento Dios y cien por ciento hombre. Ese es el gran misterio. Lo más importante de ver y entender es que Jesús no hacía nada como Dios. Él eligió vivir con las restricciones propias del hombre. Por esta razón dijo: “…El hijo no puede hacer nada por sí mismo…” Jn. 5:19 RVC. Aunque es el Hijo de Dios, decidió vivir con las limitaciones del hombre para poder dejarnos un modelo a seguir.
Es Dios quien continuamente prepara el escenario para trabajar en conjunto con personas imperfectas en una relación de colaboración.
Con su ejemplo, Jesús nos enseña dos condiciones que son esenciales para imitar la vida, la presencia y el poder que Él manifestaba. La primera es que Jesús no pecó. La segunda condición es que Jesús fue empoderado por el Espíritu Santo. Jesús como humano no tenía poder, hasta que el Espíritu de Dios vino sobre Él en las aguas del bautismo.
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