No podemos tratar de que la Biblia diga lo que nosotros creemos, tenemos que ajustar lo que creemos de acuerdo a lo que establecen las Escrituras.
La Palabra de Dios nos permite cortar y moldear nuestras ideas, de manera que estas se ajusten a la forma bíblica que estableció el Señor. Ilustrémoslo con un ejemplo:
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. 1 Jn. 4:18
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. Jn. 3:16
Todos tenemos convicciones e ideas de lo que es verdad. Muchas personas tuvieron la oportunidad de ver algunos destellos de la bondad de Dios y han seguido su propia lógica y razón, en algunos casos muy alejados de los parámetros bíblicos. Ese va a ser siempre un riesgo. No sabemos lo que no sabemos. No podemos tratar que la Biblia diga lo que nosotros creemos, tenemos que ajustar lo que creemos de acuerdo a lo que establecen las Escrituras.
Jesús, no tenía ningún problema en confrontar una y otra vez, aquellas aberraciones o malas interpretaciones de las Escrituras que hacía la gente de su tiempo. ÉL no era pasivo para nada. Jesús no tenía una actitud contemplativa.
El amor necesita juzgar. El amor sin juicio es apático, letárgico y falto de pasión; y eso realmente no es amor. Aquel sistema de creencias que patrocina la convicción sin la expresión emocional es contemplativo, es más consistente con el budismo que con el Evangelio. Hay quienes consideran como pacífica la actitud contemplativa. En realidad la paz solo puede existir cuando la persona de paz controla las circunstancias y el entorno. Jesucristo es la verdadera Persona de Paz. Es el único capaz de mostrarnos cómo es la verdadera paz. ÉL lo hizo cuando lo acusaron, persiguieron, golpearon y crucificaron.
Muchas de las experiencias proféticas descritas en la Biblia sirven para señalar los propósitos que tiene Dios para su Iglesia. Estas historias bíblicas revelan el corazón de Dios y algunos de los planes que el Señor tiene para nosotros.
La intención de Dios que podemos apreciar tiene que ver con manifestarse en nosotros y a través de nosotros y como resultado, transformar la naturaleza del mundo que nos rodea. Tenemos que “ver”, recibir y abrazar esto como una parte importante de nuestra razón de ser.
El objetivo del Señor para nosotros, sigue siendo la gloria. Porque SU gloria se convertirá en el lugar de morada de su Pueblo, así como ÉL, mora en nosotros. Col. 1:27 “a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Es asombroso lo que señala Pablo, cuando dice: Cristo en vosotros, la esperanza de gloria. Eso quiere decir que Cristo en nosotros hace que podamos ser restaurados por completo en SU propósito para nuestras vidas: vivir en la gloria.
“Jesús les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo”. Jn. 2:19-21.
Jesús claramente compara su Cuerpo a un Templo. Ahora nosotros somos el Cuerpo de Cristo y así que la iglesia es el Templo de Dios. Es Jesús quien edifica este Templo y usa los ministerios que Él ha puesto en su Cuerpo para hacer mucho del trabajo de edificación.
Cada miembro del Cuerpo de Cristo es también una piedra viva que debe encontrar su lugar en la estructura del Templo. El propósito de Dios, al darnos tal revelación de su Templo, es que comprendamos, completamente, su intención de reunir al pueblo de Dios para llenarlo con su plenitud. El hecho de que exista un Templo no garantiza que esté allí la Presencia de Dios. En todos los templos construidos en el AT había también un sacerdocio y sacrificios; ya que, mediante éstos, venía la Presencia de Dios