En la historia de la multiplicación de los peces y los panes se aprecia lo siguiente:
8 Andrés, que era hermano de Simón Pedro y uno de sus discípulos, le dijo: 9 “Aquí está un niño, que tiene cinco panes de cebada y dos pescados pequeños; ... pero ¿qué es esto para tanta gente?” 10 Entonces Jesús dijo: “Hagan que la gente se recueste.” Había mucha hierba en aquel lugar, y se recostaron como cinco mil hombres. 11 Jesús tomó aquellos panes, y luego de dar gracias los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados. Esto mismo hizo con los pescados, y les dio cuanto querían. Jn. 6:8-11 RVC.
El vs. 9 puntualiza que eran dos pescados pequeños, ¡Ni siquiera eran pescados grandes! Los panes de cebada eran el pan más pobre de aquel tiempo. A veces hasta alimentaban a los animales con panes de cebada.
Aquí hay un niño pequeño y un almuerzo escaso. Escaso en calidad, en cantidad, y sin embargo, cuando ese niño salió de su casa esa mañana, tenía en su alforja suficiente comida para alimentar a más de 5,000 hombres.
¿Cuál fue la receta de este milagro? Primero, este niño pequeño transfirió su almuerzo a Jesús. Simplemente le dio todo lo que tenía a Jesucristo. ¿Quieres que Dios te use? ¿Le has dado todo a Jesucristo? Tú puedes decir: "¡Esto es absurdo! Necesito algo yo mismo, necesito guardar algo para mí". Pero, necesitas entregarlo todo, es decir, totalmente, todo lo que tienes, todo lo que eres, tu familia, tus amigos, tu reputación; entregar todo, si quieres que Él te use en milagros extremos como este. Quizás digas: "Un momento. Un hombre tiene que vivir". Y la respuesta es NO, un hombre tiene que morir. Y tiene que enfrentarse al Señor.
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Una forma práctica para que el creyente acceda a la autoridad y el poder de la cruz es por medio de participar de la Santa Cena.
El hecho de participar de la Santa Cena nos introduce a experimentar una realidad espiritual poderosa. La Santa Cena es un muy buen ejemplo de la conexión de lo físico con lo espiritual, y al mismo tiempo te permite la plena participación en los logros de la crz.
La Santa Cena es participar de la evocación de una gran bendición.
“La copa de bendición por la cual damos gracias, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” 1 Co. 10:16 RVC
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A pesar de que Jesús hizo el milagro de multiplicar unos cuantos panes y peces y dio de comer milagrosamente a una multitud. Es bueno dejar establecido que Jesús no vino a esta tierra para alimentar a la gente con pan físico. Él vino para salvar almas y dar vida eterna.
Al no hallarlo en el lugar del milagro, cruzaron el lago con dirección a Cafarnaúm.
“Cuando lo hallaron al otro lado del lago, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Jesús les respondió: De cierto, de cierto les digo que ustedes no me buscan por haber visto señales, sino porque comieron el pan y quedaron satisfechos. Y luego, Jesús dijo: Trabajen, pero no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual el Hijo del Hombre les dará; porque a éste señaló Dios el Padre”. Jn. 6:25-27 RVC
“Entonces le dijeron: ¿Y qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que él ha enviado”. Jn. 6:28-29 RVC.
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Hace más de dos mil años, un día viernes, la humanidad clavó al Hijo de Dios en una cruz de madera. En ese día, muchas cosas acontecieron. El diablo se rió, la gente se burló y el Padre Celestial le dio la espalda a su Hijo. Jesucristo murió y resucitó por todo el mundo. Mientras Jesús agonizaba en la cruz, ocurrieron muchos milagros.
Según el evangelio de Mateo, cuando Jesús murió en la cruz los acontecimientos se suscitaron así :
“Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde hubo tinieblas sobre toda la tierra. Cerca de las tres de la tarde, Jesús clamó a gran voz. Decía: Elí, Elí, ¿lema sabactani?, es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Algunos de los que estaban allí, decían, al oírlo: Está llamando a Elías. Al instante, uno de ellos corrió y tomó una esponja, la empapó de vinagre y, poniéndola en una caña, le dio a beber. Los otros decían: Deja, veamos si Elías viene a librarlo. Pero Jesús, después de clamar nuevamente a gran voz, entregó el espíritu. En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros se abrieron, y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, volvieron a vivir. Después de la resurrección de Jesús, estos salieron de los sepulcros y fueron a la santa ciudad, donde se aparecieron a muchos. Al ver el terremoto y las cosas que habían sucedido, el centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, se llenaron de miedo, y dijeron: ¡En verdad éste era Hijo de Dios!” Mt. 27:45-54 RVC
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