esús, vino a revelar al Padre. Nuestro Padre realmente es bondad perfecta.
“Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo y por medio de él hizo el universo. El Hijo refleja el brillo de la gloria de Dios y es la fiel representación de lo que él es…”
He. 1:1-3a NVI
Esta porción de la Escritura es maravillosa. Nos dice que Jesús es la representación exacta del Padre: su naturaleza y su persona.
Dado que tenemos un padre, hoy vamos a hablar de la belleza de la disciplina.
Cuando hablo de este Padre perfecto, no estoy hablando de alguien que se niega a disciplinar a sus hijos.
Aunque el tema de la disciplina no está dentro de los favoritos de la gente, es real y muy necesario.
La verdad del asunto es que Él nos ama demasiado como para dejarnos tal como estamos. Algunos de los cambios más significativos solo toman lugar en ese ámbito.
De acuerdo con la Biblia, la disciplina demuestra que pertenecemos a Dios como hijos(as).
La fe viene del corazón, no de la mente. Y sin embargo la fe se demuestra por medio de acciones porque “la fe sin obras es muerta” Stgo. 2:17. Las oraciones de fe tienen que ser seguidas de una acción de fe.
Cuando le preguntaron al Dr. Paul Yonggi Cho, pastor de la Iglesia del Evangelio Completo de Seúl, Corea, que es conocida como la iglesia con mayor cantidad de miembros en el mundo, con cerca de un millón de miembros; cuál era la clave para obtener los increíbles avances y victorias que había experimentado en su ministerio; él contestó “oro y obedezco”. Realmente es demasiado sencillo. Posiblemente esa sea la razón por la que muchos han escuchado su secreto y pocos lo han seguido completamente.
Los seres humanos tenemos mucho de parecido al general leproso a quien se le dijo que debía sumergirse siete veces en el río Jordán para ser sanado. Ese general rehusó hacerlo porque era humillante. Era algo demasiado simple para satisfacer su gran necesidad.
Sus siervos entonces le recordaron que sí se le pedía hacer algo grande y noble, él lo haría. ¿Por qué no, hacerlo cuando el mandato era tan sencillo? Entonces, obedeció la dirección dada y fue sanado.
Aquí está de nuevo, nada complicado: ora y obedece.
La restauración de la vida espiritual de Israel frecuentemente empezaba con la reconstrucción del altar. Recordemos que el altar era el lugar donde se hacían sacrificios y se demostraba arrepentimiento profundo. Las piedras del altar eran piedras sin cortar, lo cual significa que nunca debemos venir ante Dios para rendirnos según nuestro propio diseño o nuestro control del momento. Venir ante Dios siempre ha sido a través de la gracia.
Nuestros sueños, ambiciones, pecados y éxitos necesitan ser puestos en el altar en condición de entrega total.
¿Importan nuestros sueños? Si y no.
Nuestros sueños son de gran importancia en su lugar legítimo porque revelan la naturaleza, las promesas y el pacto de Dios. Pero fuera de lugar, son destructivos ya que compiten por los afectos y la devoción que solo deben ser dados a Dios.
Muchos de nosotros estamos de acuerdo en que la iglesia nació el día de Pentecostés en Hechos capítulo 2. Todo este capítulo es avivamiento. Personalmente creo que cuando menos los 11 discípulos de Jesús ya habían nacido de nuevo, ya que Jesús les había dado el Espíritu Santo en Juan 20. Y esto ocurrió antes de Pentecostés.
“Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo””.
Jn. 20:22 NBLA.
Dado que todo creyente recibe al Espíritu Santo cuando nace de nuevo, me parece que éste fue el momento cuando los once discípulos que habían quedado fueron convertidos.
Así que, cuando se les instruyó que permanecieran en Jerusalén para recibir “la promesa del Padre” conforme a Hch. 1:4 NBLA, para ser investidos con “poder de lo alto” conforme a Lc. 24:49 NBLA y para ser “bautizados en el Espíritu Santo” conforme a Hch. 1:5 NBLA; tres palabras diferentes para la misma experiencia, fue para ayudarles a obtener lo que NO habían recibido en su conversión.