Jesús, vino a revelar al Padre. Nuestro Padre realmente es bondad perfecta. 

“Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo y por medio de él hizo el universo. El Hijo refleja el brillo de la gloria de Dios y es la fiel representación de lo que él es…” He. 1:1-3a NVI

Esta porción de la Escritura es maravillosa. Nos dice que Jesús es la representación exacta del Padre: su naturaleza y su persona. 

Dado que tenemos un padre, hoy vamos a hablar de la belleza de la disciplina. 

Cuando hablo de este Padre perfecto, no estoy hablando de alguien que se niega a disciplinar a sus hijos.

Aunque el tema de la disciplina no está dentro de los favoritos de la gente, es real y muy necesario

La verdad del asunto es que Él nos ama demasiado como para dejarnos tal como estamos. Algunos de los cambios más significativos solo toman lugar en ese ámbito. 

De acuerdo con la Biblia, la disciplina demuestra que pertenecemos a Dios como hijos(as). 

Lo que soportan es para su  disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo hay a quien el padre no disciplina? Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben, entonces son bastardos y no hijos legítimos. He. 12:7-8 NVI 

Quienes no se encuentran en disciplina no son verdaderos herederos y descendientes. Son impostores. Pueden hablar, pero no pueden caminar en la verdad sin disciplina. La Escritura es clara al respecto.

Jesús habla de la poda como ilustración de la disciplina, cuando Él habla de la vid, el labrador y el fruto en el evangelio de Juan. 

Dios recompensa el crecimiento con la poda. No pasa sólo cuando sucede algo malo. Es que, si no se hace un mantenimiento, la vid crece hasta que da poco o nada de fruto. Toda su energía se concentra en hacer crecer sus ramas y hojas. Y al Señor le interesa el fruto de nuestras vidas y hace lo necesario para que esa siga siendo la prioridad. 

Si no nos sometemos a un chequeo regularmente, sólo crecemos en apariencia, a eso llamamos religión sin poder. Y así como Adán y Eva se cubrieron con hojas de higo para esconder su desnudez, nosotros escondemos nuestra inmadurez detrás de la apariencia del crecimiento y perdemos la esencia de ser como Cristo.

Nuestro fruto es ser como Él: conversiones, milagros, oraciones contestadas y vidas transformadas. 

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da  fruto la corta;  pero toda rama que da fruto la  poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado”. Jn. 15:1-3 NVI

Jesús les hace saber que la poda tendrá lugar en sus vidas

Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado”

El término que se utiliza para limpio es el mismo término básico que poda. 

En ese contexto, estar limpios (disciplina) viene por su Palabra/ su voz. Piénselo: la poda/disciplina sucede cuando Él nos habla.

Muchos de nosotros crecimos creyendo que las circunstancias malas de nuestras vidas eran parte de su disciplina. Eso es contradictorio con la lección que Jesús les dio a sus discípulos. Debemos entender que en la mayoría de los casos las malas circunstancias las creamos nosotros, pero sirven para llamar nuestra atención y hacer que escuchemos. 

Dios simplemente desea hablarnos para que podamos efectuar el cambio que necesitamos. Muchas cosas pasan cuando Él habla y nosotros lo escuchamos desde el corazón y,  nos volvemos hacedores de su Palabra, como el Señor desea. 

“Por esto, despójense de toda inmoralidad  y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles”. Stgo. 1:21 NVI.

Jesús tuvo que lidiar con sus discípulos cuando ellos hacían y decían cosas sin sentido. En Lc. 9 vemos que Jesús les había dado poder a sus discípulos, y ellos estaban haciendo cosas  que diferían mucho de los estándares que Jesús había propuesto para su vida y para la de ellos. Los discípulos fueron enviados a predicar el Evangelio del Reino de dos en dos. “Así que partieron y fueron  por todas partes de pueblo en pueblo, predicando las buenas noticias y sanando a la gente”.  Lc. 9:6 NVI. A su regreso se reunieron con Jesús para comentarle lo que habían dicho y hecho. Estaban emocionados porque habían actuado como Jesús. Habían efectuado milagros con sus manos y palabras.

Más tarde, Jesús les dice que la verdadera celebración debía ser que sus nombres estuvieran escritos en el cielo.  

“Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo”.  Lc. 10:20 NVI. 

Luego de ministrar con éxito, algunas cosas extrañas salieron a luz. La primera es que comenzaron a discutir por ver quien era el más importante. Jesús que sabía de lo que estaban hablando, se dio cuenta de que había llegado el momento de podar una rama. Si el concepto de grandeza que tenían los discípulos estaba basado en los milagros que habían podido realizar, entonces estaban en problemas. Ya que, si esa “rama” seguía creciendo, podía eliminar todas las posibilidades de dar fruto para la gloria de Dios.

Entonces Jesús les señaló a un niño y les enseñó cómo es la verdadera grandeza en el Reino. 

“…Porque el que es más pequeño entre todos ustedes, ese es el más importante”.  Lc. 9:48b.NVI. 

Una vez más, Jesús les presentó el misterio de su Reino, donde es mejor dar que recibir, y donde el más humilde es el mayor.

Pr. Rafael Vargas

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