Cuando Jesús nos enseñó cómo orar Él dijo “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”. Mt. 6:10 RVC. Por lo que debemos ser diligentes en comprender cuál es la voluntad de Dios sobre las cosas de la vida.
Acerca de la voluntad de Dios existen dos enfoques diferentes. El primero hace alusión a cosas que nosotros no podemos cambiar. Por ej.: Es la voluntad de Dios que Cristo venga por segunda vez. Las personas pueden opinar al respecto como quieran. La verdad es que no tenemos parte en esa decisión. Es Dios, el Padre, quien determina cuándo y cómo sucederá ese evento. En otras palabras, el cumplimiento de Su voluntad está estrictamente en sus manos.
Por otro lado hay cosas que al Señor le hubiera gustado que sucedieran, preparó las cosas para que fueran posibles, pero no sucederán nunca porque los creyentes o no creen que es la voluntad de Dios o están esperando que Él mismo las haga. Veamos un ejemplo: Cuando Jesús les dijo a los discípulos que ellos alimentaran a una multitud de miles de personas, estos alegaron que no podían cumplir con esa tarea. La Biblia lo dice así:
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“Así ha dicho el Señor: No debe el sabio vanagloriarse por ser sabio, ni jactarse el valiente por ser valiente, ni presumir el rico por ser rico. Quien se quiera vanagloriar, que se vanaglorie de entenderme y conocerme. Porque yo soy el Señor, que hago misericordia, imparto justicia y hago valer el derecho en la tierra, porque estas cosas me complacen. Palabra del Señor”. Jer. 9:23-24 RVC
La intención de Dios es que nosotros lleguemos a conocerlo a través de una relación personal. Existe una gran diferencia entre conocer a alguien ocasionalmente y el compartir tu vida con esa persona, si es que realmente quieres llegar a conocerla.
Existe una completa exposición mía hacia Él. Tú puedes cerrar la puerta de tu espíritu a cualquier persona pero no se la puedes cerrar a Dios. Él puede ver con claridad a través de cualquier puerta que cierres. ÉL TE CONOCE. El Señor sabe hasta los pensamientos y las intenciones de mi corazón todo el tiempo.
Tú puedes ir a algún lugar donde se mueve el Espíritu de Dios y puedes percibir que el Espíritu de Dios se está moviendo allí. Tú puedes ir a ese lugar durante los próximos cincuenta años y sentir cada vez que el Espíritu Santo se está moviendo allí y aún así, NO conocer a Dios personalmente.
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Jesús hablando en relación con la obra del Espíritu Santo dijo:
“…El me glorificará; porque tomará de lo mío, y se lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y se lo dará a conocer a ustedes”. Jn. 16:13-15 RVC.
Esta porción de la Escritura nos dice que el Señor nos confía una gran responsabilidad, ya que el Espíritu Santo deposita en cada uno de nosotros lo que solo le pertenece a Cristo. Cada vez que el Espíritu Santo nos habla, procede a transferirnos los recursos de Jesús, de manera que tengamos lo necesario para completar nuestra misión.
Cualquiera de nosotros que tuviera en su cuenta en el banco unos diez millones de bolivianos, aun así podría morir de hambre. Si no hace retiros de la cuenta, esa riqueza es solo una fantasía. Todo lo que el Espíritu Santo ha depositado en nosotros, está registrado en nuestra cuenta en Cristo y va mucho más allá que nuestros sueños más exagerados. Pero, si nosotros no sabemos qué tenemos a nuestra disposición, no podemos hacer un retiro. Las promesas en su Palabra nos permiten apreciar esta realidad que Él ha preparado para nosotros. Este es el tiempo para ver lo que Jesús tiene y así poder saber lo que Él nos dio.
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Casi todos los profetas del Antiguo Testamento hablaron acerca de la venida de Jesús. Las palabras que ellos vertieron nos sirvieron bien al anunciar su venida y el impacto que esta causaría. Jeremías nos dice al respecto:
“Vendrán y cantarán jubilosos en las alturas de Sión; disfrutarán de las bondades del Señor: el trigo, el vino nuevo y el aceite, las crías de las ovejas y las vacas. Serán como un jardín bien regado, y no volverán a desfallecer. Entonces las jóvenes danzarán con alegría y los jóvenes junto con los ancianos. Convertiré su duelo en gozo y los consolaré; transformaré su dolor en alegría. Colmaré de abundancia a los sacerdotes, y saciaré con mis bienes a mi pueblo, afirma el Señor”. Jer. 31:12-14 NVI.
El Pueblo de Dios fluirá, como el caudal de un río hacia la bondad del Señor. Su Reino es la tierra de SU bondad. Su bondad es fuente inagotable de gozo y alegría.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio…” 1 P. 2:9
Este versículo muestra que todo creyente del Nuevo Testamento es un sacerdote.
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Hay cosas que a veces nos cuesta aceptar porque tenemos moldes de pensamiento que hemos construido conforme a nuestros propios parámetros. Una de las cosas a la que a veces es difícil acostumbrarse es que al Señor le encanta bendecir tanto al creyente, así como también al que no es creyente.
Nosotros, celebramos cuando Él permite conocer algo extraordinario a un creyente. Ya sea que ese conocimiento sirva para curar una enfermedad, o haga posible un nuevo invento para servir a toda la humanidad o traiga paz entre naciones en conflicto a través de sus amados hacedores de paz, a todos nos anima escucharlo. Dios está afirmando el llamado y los dones de sus siervos, y está utilizándolos para incrementar el número de personas que atestiguan acerca de su corazón bondadoso por las personas. También debemos reconocer que a veces Él elige hacer lo mismo a través de personas que son NO creyentes, que por momentos llevan un estilo de vida incorrecto, e incluso puede que sus propósitos no sean los mejores. Y nos preguntamos ¿Qué está haciendo el Señor al cederle tal tesoro a quienes no son sus hijos? ¿Incluso si son malvados?
Un ejemplo acerca de este tema es el del rey Herodes. Él dio un discurso ante una multitud:
“La gente gritaba: !Voz de un dios, no de hombre! Al instante, un ángel del Señor lo hirió, porque no le había dado la gloria a Dios; y Herodes murió comido por gusanos”. Hch. 12:22-23 NVI.
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“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1 P. 2:9 RVR60
En el ministerio sacerdotal es nuestro deber representar al Señor ante las personas, así como representar a las personas ante el Señor. El ministerio de representar a la gente ante Dios es un ministerio de oración conocido como ministerio de intercesión. Donde la tarea consiste en posicionarse en la brecha, en el lugar de ruptura del equilibrio de valores y/o espiritual y orar por misericordia por sus vidas. Esto conforme lo describe Ezequiel:
“Yo he buscado entre ellos a alguien que construya un muro y se ponga en la brecha delante de mí por mi tierra, para que yo no la destruya. ¡Y no lo he hallado!” Ez. 22:30 NVI
En este pasaje, el Señor dice que no pudo hallar a nadie que pudiera pedir por misericordia sobre aquellos que estaban en necesidad. No hacer la tarea que Dios nos asignó hacer, de orar por los demás, es una irresponsabilidad en relación con nuestro oficio sacerdotal. Más aún cuando sabemos que alguien en algún momento lo hizo por nosotros.
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Los discípulos fueron enviados a predicar el Evangelio del Reino. “Así que partieron y fueron por todas partes de pueblo en pueblo, predicando las buenas noticias y sanando a la gente”. Lc. 9:6 NVI. A su regreso le comentaron al Maestro lo que habían dicho y hecho. Estaban emocionados porque habían efectuado milagros con sus propias manos y palabras. Luego, Jesús les dijo que la verdadera celebración debía ser que sus nombres estuvieran escritos en el cielo.
“Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo”. Lc. 10:20 NVI.
Luego de tener esa experiencia de ministrar con éxito, algunas cosas extrañas salieron a luz. La primera es que comenzaron a discutir por ver quién de ellos era el más importante. Seguro comenzaron a pensar de esta manera a causa de los milagros que sucedieron por medio de ellos. Entonces Jesús les señaló a un niño y les enseñó cómo es la verdadera grandeza en el Reino.
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Dios está muy comprometido en enseñarnos a “ver”. Para hacer esto posible nos dio al Espíritu Santo como tutor. El plan de estudios que utiliza es bastante variado. La única clase a la que todos calificamos es el mayor de todos los privilegios cristianos: la adoración. Aprender a ver no es el propósito de nuestra adoración, pero es un subproducto.
“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Juan 4:23-24.
Aquellos que adoran en Espíritu y en verdad, aprenden a seguir la dirección del Espíritu.
Su reino se llama el reino de Dios, y su trono se establece sobre las alabanzas de su pueblo.
“Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel”. Sal. 22:3
Ese el centro de ese Reino. Es en el ambiente de adoración donde aprendemos cosas que van mucho más allá de lo que nuestro intelecto puede captar, lo dice la Escritura en Efesios:
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” Ef. 3:20
La mayor de estas lecciones es el valor de Su Presencia.
Los discípulos de Jesús vivieron asombrados por Aquél que los llamó a dejarlo todo y seguirlo. La elección que tuvieron que hacer fue una elección fácil. Cuando Él habló, algo cobró vida en ellos, algo que nunca supieron que existía en su interior. Había algo en SU voz por lo que valía la pena vivir.
Cada día con Jesús estaba lleno de cosas que no se podían entender; aparecía un endemoniado cayendo a los pies de Jesús en adoración, o los líderes religiosos dominantes se quedaron en silencio en Su presencia; todo fue abrumador. Las vidas de sus discípulos habían adquirido un significado y un propósito que hacía que todo lo demás fuera, decepcionante. Es seguro que cada uno de ellos tenía sus problemas personales, pero Dios los había cautivado de tal manera, que ahora nada más importaba.
Sería muy difícil para nosotros comprender el impulso del estilo de vida que ellos experimentaron. Cada palabra, cada acción parecía tener un significado eterno. Se les debe haber ocurrido que servir en la corte de este Rey sería mucho mejor que vivir en sus propios lugares. Ellos estaban experimentando de primera mano lo que sentía David cuando vivía con la presencia de Dios como su prioridad de vida.
Conforme nos volvemos más experimentados y conocedores de las cosas de Dios, hay cosas que vamos tomando con frecuencia como sobre-entendidas, una de ellas es por ejemplo la dependencia de Dios. Se vuelve demasiado fácil suponer que sabemos qué hacer en un momento dado, cuando de hecho, Dios está queriendo hacer algo nuevo.
“De hecho, todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza”. Ro. 15:4 NVI
Esto explica el propósito del estudio del Antiguo Testamento. El estudio correcto de las Escrituras es el que nos da aliento, que luego se convierte en esperanza. Si el resultado que obtenemos no es el que el pasaje de Romanos nos dice, aliento y esperanza, debemos aprender a abordar las Escrituras de una manera diferente hasta que produzca el fruto para el que fueron diseñadas.
Como Pueblo del Nuevo Pacto, nos ha sido dado el Antiguo Testamento para instruirnos. Hay una razón por la que el Antiguo Testamento fue la única Escritura que tuvo la Iglesia Apostólica del Nuevo Testamento. Lo que fue escrito es el contexto de las verdades que disfrutamos en la actualidad. Pero como sucede en la mayoría de los casos, el uso incorrecto puede causar la muerte.