El Antiguo Testamento revela cosas maravillosas de la vida bajo el Nuevo Pacto a través de representaciones imperfectas, eso quiere decir que hay ilustraciones naturales de verdades espirituales. Por ejemplo, sabemos que los judíos debían ofrecer un cordero sin mancha como pago por la expiación de sus pecados. Pero ahora, también sabemos que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Una vez que lo nuevo viene como respuesta a una representación del Antiguo Testamento, ya no hay necesidad de volver adoptar ese símbolo. De lo contrario, los sacrificios de animales aún tendrían valor.
El Antiguo Testamento en su totalidad apunta a Jesús. Él es la figura central de TODA la Escritura. La ley y los profetas declararon su rol como Mesías, explicando cómo completaría el plan de redención divino. Todas las historias, profecías y leyes lo señalaban a Él en distintos niveles, al igual que el letrero de una carretera detalla que ciudades se encuentran por delante. El letrero es real y tiene un significado, pero, en sí, no es la realidad que estamos buscando. En este caso, no tenemos que adorar la señal del Antiguo Testamento. Tampoco podemos permitirnos distraernos, como si de alguna manera su contenido fuera una realidad más importante que el mensaje del mismo Mesías.
Estas señales cumplen con el propósito de llevarnos a Jesús. El letrero de una carretera nunca define la ciudad, así como tampoco el Antiguo Testamento debería redefinir quién es Jesús. Él es el cumplimiento de la ley y los profetas. La naturaleza de su vida y propósito es clara y las preguntas sin respuestas del Antiguo Pacto no deben diluirla o desmantelarla. ¿Por qué vino? Él vino a destruir la obra del enemigo.
Vamos a detallar cuatro de las cosas principales que hace el Antiguo Testamento por nosotros y que nos ayudan a reconocer y a experimentar la bondad de Dios, y son:
1. Revelar la gravedad de lo que hace el pecado.
2. Exponer la condición de la humanidad
3. Demostrar la necesidad de un Salvador
4. Mostrar a Jesús como única solución posible para nuestra condición.
¿Qué está pasando con la humanidad? ¿Qué está pasando con nuestro País? Casi a diario escuchamos de injusticias a diestra y siniestra, denuncias de sobreprecios, …... La moralidad de la sociedad ha tocado fondo.
¿No debería intervenir Dios? De alguna manera, ÉL lo está haciendo, pero de una manera que nadie pensó que ÉL lo haría. Dios nos ama. Y está en la batalla para salvar está nación. Bolivia es de Cristo.
La cuestión hoy día es si nos vamos a poner en el plano de víctimas, indiferentes, o salvadores. Por ello la pregunta que nos debemos hacer es ¿Estoy listo(a) para entender cuál es el papel que me toca ejecutar en este tiempo? Salvar una nación en nuestra condición no puede ser indoloro ni cómodo. El tipo de despertar moral que Dios nos prescribe debe ser glorioso
La Biblia lo llama un enviado de Dios. El no caía cómodo, no era encantador, no era una voz tranquilizadora ni un orador amable. Era como un mazo de hierro. Su apariencia, su mensaje y sus demandas fueron radicales y ofensivas para todos excepto para los “… que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Mt. 5:6.
A pesar de todo esto, grandes multitudes marcharon al desierto para ser bautizadas y escuchar acerca de la venida del Mesías.
Un enviado de Dios lleva un mensaje que pocos considerarían un mensaje ganador. Pero lo que consideramos un mensaje duro en realidad puede ser el que encenderá un alma para caer ante Dios. Ahí radica nuestra gran ignorancia tanto de Dios como de los anhelos del corazón humano.
Millones de cristianos ante la posibilidad de experimentar una catástrofe natural, o financiera o de cualquier otro tipo, asumen que tienen derecho a sobrevivir. Déjame asegurarte que el Señor Dios Todopoderoso no ha abaratado SU majestad para mantenernos con vida en este mundo. Piensa en los imperios que Dios ha visto levantarse y caer. ÉL ha sido testigo de la destrucción de muchas naciones. Ha supervisado culturas que pensaron que nunca morirían. Nínive, la capital Asiria, tenía un letrero que decía "la ciudad que siempre será". El profeta Nahúm les recordó el gran milagro que vieron con Jonás cuando predijo su destino. El derecho nunca ha detenido el juicio.
El derramamiento del Espíritu ocurre donde hay un grupo unido reunido, como un racimo de uvas. Lo vemos con los 120 creyentes en el aposento alto. Ellos estaban allí en unidad.
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar”. Hch. 2:1 RVC
Comparando con el vino nuevo, el profeta Isaías vio esto cuando dijo:
Así dice el Señor: Cuando alguien encuentra un buen racimo de uvas, dice: “No lo dañen, porque en él hay bendición”... Is. 65:8 RVC.
Lo que a menudo comienza con una persona clamando a Dios, pronto se traslada a un pequeño grupo de amigos de confianza. Es en ese núcleo que se da un aumento dramático. Dice un conocido proverbio africano algo así: “Si quiere ir rápido, vaya solo. Pero si quiere ir lejos, vayan juntos”.
Una de las cosas más trágicas que les ocurre a quienes han nacido de nuevo es perder el sentido de maravillarse de Dios y de la maravilla de nuestra salvación. Tristemente, maravillarse ha llegado a ser una parte no necesaria en la vida de muchas personas. Hemos nacido de nuevo por el mismo Espíritu que levantó a Cristo de los muertos, lo cual nos introdujo al estilo de vida del Reino que es una aventura continua.
“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, levantó los ojos al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús a su derecha. Dijo entonces: Veo los cielos abiertos, y que el Hijo del Hombre está a la derecha de Dios”. Hch. 7:55-56 RVC
La experiencia de Esteban fue marcada por la persona de Jesucristo y el trono de Dios.
Esto es lo que Esteban vio en su experiencia de ver los Cielos abiertos. Vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la derecha de Dios. Esta porción de la Palabra nos lleva a constatar un aspecto importante: Estando llenos del Espíritu Santo, debemos fijar nuestras mentes en esta realidad superior, porque ese hecho por sí solo nos permite ver aquello en lo que hemos fijado nuestros ojos para ver, en toda obediencia a Él.
Sin la consciencia del Cielo abierto, viviremos de una manera inferior a Su diseño y plan para nuestras vidas.
El Espíritu Santo, quien vive dentro de cada creyente, vino a través de un Cielo abierto, de la misma manera en que ocurrió con Jesús. La implicación es que como creyentes, vivimos bajo un Cielo abierto. Nuestro problema no es que necesitemos que Dios haga algo además de lo que ya ha ocurrido; nuestro problema es que vivimos inconscientes de lo que Él ya ha hecho por nosotros, y cómo nos ha diseñado a vivir como resultado.
Hay muchos actos de Dios donde se puede apreciar su poder y fuerza extrema. El Antiguo Testamento está en sintonía con ese tipo de situaciones, a partir de la apertura del Mar Rojo, o el juicio en forma de fuego que cayó sobre Sodoma y Gomorra, los relámpagos y truenos en el Monte Sinaí cuando Moisés visitó a Dios. Pero hay un hecho bíblico que supera a todos a mi entender. Fue la experiencia cuando Jesús se bautizó en el río Jordán.
“Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”. Mr. 1:9-11
En el griego original, la palabra abrirse significa “romperse”, “partirse en dos”, o “rasgar”. Es un acto fruto del uso de una fuerza extrema. La naturaleza de esta palabra que se usa para describir el bautismo en agua de Jesús se demuestra más cuando aparece en Mt. 27:51 a la muerte de Cristo y dice:
“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”. Mt. 27:51
Este fue un momento espiritualmente intenso ya que el Hijo de Dios acababa de ser crucificado y todo en el tiempo y la eternidad se vio afectado. El velo del templo se rasgó de arriba abajo. Desde el lado de Dios hasta el nuestro. Él es quien destruyó lo que nos separa de Él. Y esto se logró por medio del sacrificio de sangre del Cordero de Dios y lo demostró al rasgarse el velo.
De allí, Jesús se fue a su tierra, y sus discípulos lo siguieron. Cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga. Al escuchar a Jesús, muchos se preguntaban admirados: ¿De dónde sabe este todo esto? ¿Qué clase de sabiduría ha recibido? ¿Cómo es que con sus manos puede hacer estos milagros? ¿Acaso no es este el carpintero, hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿Acaso no están sus hermanas aquí, entre nosotros? Y les resultaba muy difícil entenderlo. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, excepto en su propia tierra, entre sus parientes, y en su familia. Y Jesús no pudo realizar allí ningún milagro, a no ser sanar a unos pocos enfermos y poner sobre ellos las manos; y aunque se quedó asombrado de la incredulidad de ellos ... Mr. 6:1-6 RVC
Un hermano comentó la experiencia que tuvo con su hijo de 17 años. Estando ambos en el despacho del padre, el muchacho le dijo a su padre que él podía abrir la caja fuerte que tenía allí la familia. Su padre respondió, “prueba a ver si puedes hacerlo”. El joven comentó, “sé que tiene código, pero puedo abrirla”. El padre le dijo: “A ver”. Y lo hizo. El padre le preguntó ¿cómo pudiste hacer eso? Y respondió “Estuve detrás de ti y te estuve observando”.
Mi hijo tiene acceso a todo en la casa excepto a la caja fuerte. Y él acaba de abrir el seguro y accedió a las cosas más valiosas de la familia. Acaba de desbloquear el último seguro que impedía su acceso al tesoro familiar. En ese instante, dijo, el Espíritu Santo me habló con una escritura en “Y a Aquel que es poderoso para hacer que todas las cosas excedan a lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros”. Ef. 3:20
“En su camino a Jerusalén, Jesús pasó entre Samaria y Galilea. Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se quedaron a cierta distancia de él, y levantando la voz le dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Vayan y preséntense ante los sacerdotes. Y sucedió que, mientras ellos iban de camino, quedaron limpios. Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió alabando a Dios a voz en cuello, y rostro en tierra se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias. Este hombre era samaritano. Jesús, dijo: ¿No eran diez los que fueron limpiados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo quien volviera y alabara a Dios sino este extranjero? Y al samaritano le dijo: Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. Lc. 17:11-19 RVC
Estos leprosos se acercaron a Jesús y sus discípulos lo más que podían y pidieron a Jesús que tuviera compasión de ellos por su condición. Estos leprosos lloran por ayuda, e interceden ante Jesús. Ellos están sufriendo juntos, y buscan a Jesús. ¿Cuántos de nosotros entendemos que cuando venimos del mundo a Jesús, venimos a Él como uno de esos leprosos? o ¿Cuántos de nosotros cuando estamos en una gran necesidad, venimos a pedir la misericordia de Dios?, Y lo hacemos como lo hicieron estos leprosos.