más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él”. Mt. 11:11
Los ministerios de profetas como Elías, Eliseo o Daniel fueron espectaculares, plenos de hechos sobrenaturales; mientras que en el ministerio de Juan el Bautista, él no hizo ningún milagro que nosotros sepamos. Aunque su ministerio fue gloriosamente necesario, no fue un ministerio que normalmente compararíamos con los ministerios de profetas como los ya mencionados. Pero Jesús, que es fuente de toda sabiduría y conocimiento dice que Juan el Bautista fue el mayor de los profetas. Este pasaje nos permite apreciar que nuestra perspectiva acerca de las cosas, no necesariamente está acorde con la perspectiva que existe desde el cielo.
Cuando Jesús dice que el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él, es que pronto las cosas en la vida iban a cambiar.
Juan el Bautista profetizó la venida de Cristo y también confesó su necesidad personal de esa venida.
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La mayoría de nosotros somos conscientes de que vivimos en un mundo en guerra. Esta guerra es por la verdad, y el campo de batalla es la mente de cada persona.
Esta guerra comenzó cuando Satanás fue arrojado del cielo. Adán y Eva implicaron a la humanidad en ella, no solo cuando comieron el fruto prohibido, sino cuando decidieron confiar en una mentira en lugar de en la verdad de Dios. Comer el fruto era la evidencia de que habían creído la mentira del enemigo. Cuando uno cree en una mentira, le da poder al mentiroso. Estar de acuerdo con el diablo le da poder, dándole licencia para matar, robar y destruir. Cuando Adán y Eva lo hicieron, negaron la verdad de Dios. Adán y Eva literalmente cayeron cuando decidieron abandonar la perspectiva de Dios por una distorsión.
Pablo describe la Caída del Hombre explícitamente como una caída de la verdad:
“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”. Ro. 1:18-21.
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El estudio del testimonio es un estudio de la historia. Para entender el poder del testimonio, necesitamos saber qué contiene la historia.
La historia es mucho más que una serie de eventos. Es un relato con trama, personajes, tema y desenlace. Tiene un principio, un desarrollo y un final. Puede haber miles de opiniones diferentes sobre lo que significa la historia, pero solo hay una opinión que es verdadera. Es por eso que la perspectiva divina es absolutamente necesaria para que comprendamos la historia, así como nuestro propósito en el presente.
Como un testimonio, la historia trata verdaderamente de Dios, el Autor de tu historia y de la mía. Si bien Él no escribió para que la tragedia y las crisis llenaran nuestras vidas, sí dispuso que Sus soluciones estuvieran siempre a mano. Por esta razón, la historia misma es un testimonio, compuesto por los testimonios colectivos de Dios.
Los miembros de la realeza estudian y repasan el registro de sus antepasados porque es su conexión con ese pasado lo que les da su identidad y propósito para su vida. Les impone la responsabilidad de hacer algo significativo durante su reinado para transmitir el legado a la siguiente generación. Si una generación no logra vivir de una manera que honre su historia familiar o no logra transmitir esa historia a la siguiente generación, esa línea se rompe y la herencia se pierde potencialmente.
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Cuando Cristo ascendió, se sentó en el trono. En el día de Pentecostés, el Padre envió al Espíritu Santo prometido para capacitar y empoderar a los discípulos, y así establecer el Reino en la tierra y cumplir la comisión de Cristo.
Lo que la mayoría de la gente no entiende sobre Pentecostés es que la cosecha de 3.000 personas no fue simplemente el fruto de la predicación de Pedro. El Evangelio fue proclamado con valentía, pero la gente lo escuchó y se sintió convencida porque se produjo un cambio en la atmósfera espiritual, causado por el derramamiento del Espíritu.
Cuando los creyentes permiten que el Espíritu Santo haga lo que quiere, la atmósfera se transforma, lo que hace que sea más fácil para las personas acercarse a Dios. Este cambio de mentalidad no sucede por sí solo. Es el impacto de la presencia de Dios haciendo lo que a Él le place con Su pueblo.
La colaboración produce un aumento exponencial del impacto de las actividades del Espíritu Santo entre los hombres. Pablo explica que la atmósfera espiritual afecta la capacidad de las personas para recibir el Evangelio:
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“Yo me postré a sus pies para adorarlo, pero él me dijo: ¡No hagas eso! yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios. Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”. Ap. 19:10 RVC.
Este versículo tiene implicaciones aún más poderosas que VEN más allá del contexto del encuentro de Juan.
El testimonio y la profecía siempre han sido elementos importantes de la vida cristiana.
La profecía puede hacer dos cosas: 1) hablar del futuro o 2) causar un cambio en el presente.
Un testimonio puede provocar o aumentar la velocidad de la capacidad de cambiar la atmósfera en el presente, abriendo espacio para una manifestación sobrenatural. Si Dios ha hecho esta cosa grande por él, también lo puede hacer por otro y al dar el testimonio este es el vehículo por el que esta promesa será transmitida a otros en necesidad.
La Biblia dice que Dios es el mismo ayer, hoy y por siempre y que Él no hace acepción de personas.
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Cuando Jesús comisionó a los 12 discípulos para que vayan al mundo y hagan discípulos a las naciones, Él les estaba instruyendo que hagan lo imposible. Muchos creyentes, creen erróneamente que algunos mandatos de Cristo son posibles de ser hechos, mientras que otros son imposibles. La verdad es que todos los mandatos de Cristo son imposibles de ser hechos separados de Su gracia y el poder sobrenatural a través del Espíritu Santo.
Nuestro deseo de obedecer todo lo que Él dice nos coloca en el lugar de vivir según la promesa:
Jesús le dijo: ¿Cómo que “si puedes”? Para quien cree, todo le es posible. Mr. 9:23 RVC.
Nuestra fe nos da acceso a todos los recursos del Cielo. ¡Por eso Cristo nos encargó hacer lo imposible!
Como hijos/as de Dios, estamos destinados a dar a conocer a nuestro Padre al mundo al ser semejantes a Él. Lo hacemos como lo hizo Cristo, comunicándonos con el Padre, andando en la unción del Espíritu Santo y trayendo el Reino de los Cielos a la tierra mediante demostraciones de poder y autoridad, todo ello mostrando el amor de Dios.
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Una de las principales tareas como pastor es enseñar a los creyentes a descubrir y utilizar su herencia como hijos de Dios. Para que aprendamos a usar las promesas ilimitadas que Dios nos ha dado para lograr una manifestación de su dominio en beneficio de la humanidad.
Para entender nuestra herencia, primero hay que descubrir el propósito de nuestra salvación. Muchos creyentes permanecen inmaduros porque nunca van más allá de la revelación de que son pecadores salvados por gracia. Los creyentes que maduran son los que entienden que el propósito más elevado de Dios para la cruz no fue simplemente perdonarnos el pecado. Fue para que, al perdonarnos sobre la base de la sangre de Cristo, pudiera invitarnos a una relación familiar con nuestro Padre Celestial.
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Los principios bíblicos han funcionado eficazmente a lo largo del tiempo, por eso los llamamos permanentes, porque trascienden el tiempo. Funcionarán hoy y funcionarán mañana. El conocimiento de estos principios ha sido probado una y otra vez. Es un testimonio del poder de las herramientas presentadas que han funcionado para innumerables personas en todas las épocas, todos los lugares y todas las circunstancias. Estas personas exitosas fueron y son como ustedes, y los principios también funcionarán para ustedes, si se lo permiten.
Piense en sus mejores momentos y sus mayores logros. ¿No han sido siempre el resultado de la participación o cooperación de al menos otra persona? ¡Por supuesto que sí! Sin otros con quienes compartir nuestra alegría, no hay lugar para la alegría. Los mitos sobre artistas solitarios que crean magníficas obras maestras en su estudio son sólo eso: mitos. El ser humano aislado no puede crear una obra maestra en absoluto.
La representación bíblica de Adán y Eva es mucho más que una descripción del comienzo de la humanidad en la Tierra. Desde la perspectiva de la sabiduría judía, la Biblia no es un libro de historia, es un manual de instrucciones.
La Biblia nos proporciona un modelo para vivir con éxito en este planeta. Nos instruye sobre los negocios y el dinero porque estas actividades son esenciales para vivir con éxito. Toda la creación debe incluir el acto de ganarse la vida.
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Para que nuestra fe crezca… …Necesitamos la predicación.
“Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo”. Ro. 10:17 NVI.
Con esto dejó establecido que esa fe no puede existir a menos que haya un mensaje sobre las realidades y los acontecimientos que lo llevan a uno a creer.
Pablo identifica una necesidad crítica en la vida de un creyente: la fe que es generada por el hecho de escuchar la Palabra de Dios. Esta es una poderosa razón para que convirtamos la asistencia a la iglesia en nuestra más alta prioridad. Cuando escuchamos la Palabra hablada por otros estamos permitiendo que las Escrituras lleguen hasta nosotros y nos alimenten de una forma esencial. La fe se va haciendo más profunda a medida que leemos y/o escuchamos la Palabra de Dios. Cuando escuchamos la Palabra de Dios, y después respondemos a ella, nuestra fe crece. Cuando Dios nos dice que hagamos algo y lo hacemos fortalecemos la fe para creer en Él.
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Solemos pensar en la fe como un término bíblico. Sin embargo, manifestamos fe todos los días en nuestras vidas. La fe solo se puede probar por medio de las acciones. Todos los días actuamos de acuerdo con nuestra fe en los seres humanos. Si se puede poner la fe en el piloto de un avión, con toda seguridad se la podría poner en Jesús.
Para los seguidores de Jesús, la falta de fe, por lo general, es una cuestión de temor. Nuestras emociones, como, por ejemplo, el temor, ejercen una influencia tal, que a menos que las dominemos, pueden destruir nuestra confianza en aquello que sabemos que es cierto.
“Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno”. Ef. 6:16 NVI.
Cuando Pablo habla del escudo de la fe, está considerando el diseño del escudo que utilizaban los soldados romanos de su tiempo para proteger todo su cuerpo.
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