La historia de la humanidad está llena de relatos sobre aventuras de los exploradores. Hombres como Colón que se aventuró a demostrar su teoría de que la tierra era redonda y se lanzó en una expedición al mar, astronautas que viajaron por el espacio, científicos que exploran las profundidades de la ciencia y la tecnología. Al hombre se le ha dado el don de la curiosidad, ese deseo de buscar más y más. Así es como el Señor nos invita a adentrarnos en esas aventuras como parte de la naturaleza que ÉL puso en nosotros. Esa naturaleza que nos lleva a descubrir y a crear.

Delante de nosotros tenemos el territorio menos explorado que existe. Es más vasto que el espacio exterior, más intimidante que las profundidades de los océanos y más desafiante que las altas montañas. Ese territorio no es otro que: la bondad de Dios. Dios mismo nos invitó a probar y ver . Y nos proveyó de un excelente guía, que nos asistiría y ayudaría en la travesía: el Espíritu Santo. Él vino a guiarnos a toda verdad.

En uno de los  encuentros que tuvo Moisés con Dios. En Éxodo 33; Moisés le hace una petición insólita al Señor. Dios le había dicho que Él enviaría un ángel delante de Israel para echar al cananeo, al amorreo, al jebuseo que habitaban la Tierra Prometida.  Sin embargo, Moisés le pide a Dios que sea ÉL mismo quién los acompañe en la travesía por la Tierra Prometida. El patriarca dijo que si Dios no iba con ellos, entonces él tampoco quería ir. El ángel iba a guiarlos, a proveer lo necesario, a ayudarlos a cumplir los sueños de toda la Nación. Es sabido que los ángeles detentan cierta majestad y gloria, que ocasiona que se los confunda con Dios mismo. Pero, Moisés tenía una relación muy particular con Dios. “Y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo…” Ex. 33:11 NVI. Moisés, como amigo, solo quería ser guiado por Dios. Porque el objetivo no eran las bendiciones. El objetivo era la amistad.

“Está bien, haré lo que me pides -le dijo el Señor a Moisés- pues cuentas con mi favor, y te considero mi amigo. - Déjame verte en todo tu esplendor – insistió Moisés. Y el Señor le respondió: -Voy a darte pruebas de mi bondad,  y te daré a conocer mi nombre. Y verás que tengo clemencia de quien quiero tenerla, y soy compasivo con quien quiero serlo. Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro; porque nadie puede verme y seguir con vida... Pero mi rostro no lo verás”. Ex. 33:17-23 NVI 

Cuando Moisés pidió ver la gloria de Dios, no eligió un aspecto de la naturaleza de Dios al azar. Escogió el objetivo original de toda persona con vida. Fuimos creados y diseñados para vivir en la gloria de Dios, que es la presencia manifiesta de Cristo.  La Biblia dice: “pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” Ro. 3:23 NVI. Fuimos creados para vivir en esa dimensión. Moisés sabía esto por instinto y anhelaba verlo con mayor claridad.

Piense en todos los encuentros que Moisés tuvo con Dios. La gloria del Señor estaba presente en la zarza, cada vez que Dios descendía sobre Moisés y hablaba con él ya sea en la montaña o en el Tabernáculo de Reunión, el cual también estaba lleno de su gloria. En esos momentos había una sola cosa en su mente: la gloria. Cada uno de esos encuentros había tenido un efecto en el patriarca, así como también en Israel. Cuando uno experimenta la verdadera razón por la que está vivo, nada más puede satisfacerlo jamás. En este encuentro particular con Dios en su gloria, por única vez, el rostro de Moisés brilló como el de ÉL. Fue la única vez que el pueblo tuvo temor de la apariencia de su líder, hicieron que se pusiera un velo para protegerse de lo que estaban viendo.

La gloria de Dios será una de las cuestiones principales en la Iglesia y se desatará una pasión por ella. 

“Cuando Moisés descendió del monte Sinaí, traía en sus manos las dos tablas de la ley. Pero no sabía que, por haberle hablado el Señor, de su rostro salía un haz de luz. Al ver Aarón y todos israelitas el rostro resplandeciente de Moisés, tuvieron miedo de acercársele; pero Moisés llamó a Aarón y a todos los jefes, y ellos regresaron para hablar con él. Luego se le acercaron todos los israelitas, y Moisés les ordenó acatar todo lo que el Señor le había dicho en el monte Sinaí. En cuanto Moisés terminó de hablar con ellos, se cubrió el rostro con un velo”. Ex. 34:29-33 NVI 

Moisés pidió ver la gloria de Dios, y ÉL le dijo “está bien” y le “mostró su bondad”. ¡Fue la bondad de Dios la que le cambió el semblante de Moisés!. La única vez que el rostro del patriarca cambió fue cuando  tuvo una nueva revelación de la bondad de Dios. ¿Será posible que el Señor quiera cambiar el semblante de su iglesia con una nueva revelación de su bondad? Esto es lo que el mundo necesita, saber que Dios es bueno. Como lo vemos a ÉL es lo que lo hace posible. 

Pr. Rafael Vargas

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