La mayoría de nosotros somos conscientes de que vivimos en un mundo en guerra. Esta guerra es por la verdad, y el campo de batalla es la mente de cada persona.
Esta guerra comenzó cuando Satanás fue arrojado del cielo. Adán y Eva implicaron a la humanidad en ella, no solo cuando comieron el fruto prohibido, sino cuando decidieron confiar en una mentira en lugar de en la verdad de Dios. Comer el fruto era la evidencia de que habían creído la mentira del enemigo. Cuando uno cree en una mentira, le da poder al mentiroso. Estar de acuerdo con el diablo le da poder, dándole licencia para matar, robar y destruir. Cuando Adán y Eva lo hicieron, negaron la verdad de Dios. Adán y Eva literalmente cayeron cuando decidieron abandonar la perspectiva de Dios por una distorsión.
Pablo describe la Caída del Hombre explícitamente como una caída de la verdad:
“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”. Ro. 1:18-21.
Pablo dice que la realidad del poder y la naturaleza eternos de Dios se “ven claramente” en el ámbito visible. Cuando Adán y Eva cayeron, cayeron de la perspectiva de Dios sobre la realidad. Antes de “suprimir la verdad”, tenían acceso ininterrumpido a la verdad de la naturaleza de Dios y Sus intenciones para la historia.
Pablo también dice: “Lo que de Dios se conoce les fue manifiesto”. Esto implica que, debido a que fueron creados a imagen de Dios, podían mirarse unos a otros y ver cómo era Dios. Cuando suprimieron la verdad de quién era Dios, su propia imagen fue distorsionada, separándolos de su identidad y propósito. A partir de ese momento, la raza humana heredó una perspectiva distorsionada de la realidad y la historia.
Ahora que la brecha del pecado ha sido sanada por la cruz, los creyentes debemos permitir que los testimonios de Dios nos enseñen la verdad que Adán y Eva perdieron: tanto Su plan para la historia como nuestra identidad y papel en ella. El plan de Dios para la humanidad nunca ha cambiado, porque Él no ha cambiado. Pero la Iglesia aún no ha comprendido ese plan al grado de que comencemos a caminar colectivamente en él, porque nuestras mentes aún no han sido suficientemente renovadas por los testimonios de Dios.
La mayoría de los creyentes entienden que Dios les ha perdonado sus pecados, pero muchos no han comprendido el propósito de ese perdón. Cuando Adán y Eva pecaron, Dios no se sorprendió. Él era plenamente consciente del riesgo que había corrido al darles libre albedrío. Quería hijos e hijas que lo amaran, y el amor requiere una elección. Él ya tenía un plan para redimir al hombre si este elegía usar su libre albedrío para algo que no fuera el amor. Ap. 13:8 declara que Jesús es el “...Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”. En verdad tenemos una gran salvación. Es tan completa, porque al perdonarnos, Dios se propuso que Su plan original en la historia se cumpliera.
Cuando Dios puso a Adán y a Eva en el jardín, les encargó que fueran fructíferos, se multiplicaran, llenaran la tierra y la sojuzgaran (Gn. 1:28). Dos personas no eran suficientes para gobernar el planeta. Dios quería que la tierra estuviera llena de personas hechas a su imagen que la sometieran a la influencia del Rey y de su Reino.
Cuando el pecado entró en el mundo, la humanidad perdió esa autoridad ante el enemigo. Esa esclavitud perduró durante siglos, pero Dios preparó al mundo para la liberación que vendría a través del Mesías con una serie de revelaciones, testimonios. Prácticamente todas estas revelaciones, a Noé, Abraham, Isaac, Jacob y el pueblo de Israel, implicaban pactos. Y existe un tema recurrente en cada una de estas revelaciones. A Noé le dijo: “fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra” (Gn. 8:17). A Abraham le dijo: “te multiplicaré en gran manera… y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti” (Gn. 17:2,6). A Isaac le dijo: “multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo” (Gn. 26:4). A Jacob le dijo: “crece y multiplícate” (Gn. 35:11). Y finalmente, al pueblo de Israel le dijo:
“Porque yo me volveré a vosotros, y os haré crecer, y os multiplicaré, y afirmaré mi pacto con vosotros. Comeréis lo añejo de mucho tiempo, y pondréis fuera lo añejo para guardar lo nuevo. Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará; y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para que no fueseis sus siervos, y rompí las coyundas de vuestro yugo, y os he hecho andar con el rostro erguido”. Lv. 26:9-13.
Estos pactos reiteran la misma promesa y comisión que Dios dio a Adán y Eva. ¿Por qué querría Dios que su tierra estuviera llena de seres humanos cuando sabía que eran pecadores y esclavos del enemigo? Porque sabía que, mediante la sangre de Cristo, Él podría escoger un pueblo para Sí de entre las naciones de la tierra para que siguiera la comisión de Cristo de vivir en intimidad con Dios y someter la tierra.
Estos testimonios demuestran que la caída del hombre no disminuyó el interés de Dios en tener una tierra llena de personas que vivan en relación con Él, personas entre las cuales Él habite y camine, como caminó con Adán en el Jardín. Estos testimonios nos dicen que la naturaleza de Dios y Sus propósitos para la humanidad no han cambiado.
Dios está haciendo que Su pueblo sea “fructífero y se multiplique”, pero lo está haciendo a través del nuevo nacimiento en Su Espíritu, creando, como dice Jn. 1:12-13, “...hijos de Dios... que no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Él todavía tiene la intención de establecer Su Reino en la tierra colaborando con Sus hijos. Fácilmente podría tomar el dominio de la tierra en un momento, pero Su gloria y amor se expresan más plenamente cuando Su gobierno se extiende a través de Su relación de pacto con aquellos que Él hizo a Su imagen, quienes lo adoran por elección.
Pr. Rafael Vargas