Para que nuestra fe crezca… …Necesitamos la predicación.

“Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo”.  Ro. 10:17 NVI.

Con esto dejó establecido que esa fe no puede existir a menos que haya un mensaje sobre las realidades y los acontecimientos que lo llevan a uno a creer.

Pablo identifica una necesidad crítica en la vida de un creyente: la fe que es generada por el hecho de escuchar la Palabra de Dios. Esta es una poderosa razón para que convirtamos la asistencia a la iglesia en nuestra más alta prioridad. Cuando escuchamos la Palabra hablada por otros estamos permitiendo que las Escrituras lleguen hasta nosotros y nos alimenten de una forma esencial. La fe se va haciendo más profunda a medida que leemos y/o escuchamos la Palabra de Dios. Cuando escuchamos la Palabra de Dios, y después respondemos a ella, nuestra fe crece. Cuando Dios nos dice que hagamos algo y lo hacemos fortalecemos la fe para creer en Él.

 

Necesitamos problemas

Queremos ir por la vida sin problemas.  Pero, los problemas nos llevan al Señor y nos enseñan a apoyarnos en Él. Pueden hacer crecer nuestra seguridad en la realidad invisible de Dios y en su participación en nuestra vida.

Cuando un creyente está metido en problemas serios sabe que para salir adelante, lo único que necesita es a Jesús. Pero en realidad, uno nunca sabe que Jesús es todo lo que uno necesita, hasta que Jesús es todo lo que uno tiene.

Nuestra tendencia normal consiste en confiar en nosotros mismos y aprender de acuerdo con nuestro propio entendimiento; pero cuando aparece un problema que es mayor que nuestra capacidad para manejar las situaciones, entonces es cuando nos enteramos de que nuestros propios recursos resultan inadecuados, y no podemos confiar realmente en Jesús mientras no dejemos de confiar solamente en nosotros mismos.

Dios usa nuestros problemas para hacer más profunda nuestra fe en Él. Las situaciones más desafiantes y temibles pueden ser nuestras mejores oportunidades para darnos cuenta de nuestras debilidades y de la fortaleza de Dios.

Necesitamos personas

“... tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno”. Ef. 6:16 NVI. 

A menudo los creyentes creen que deben abrazar este escudo de la fe por sí solos. Pero está metáfora es mucho más amplia.

Cada soldado romano llevaba un escudo, pero este era más eficaz cuando se combinaba con los escudos de otros soldados. Una innovación de los ejércitos romanos se daba cuando los soldados marchaban hacia adelante formando un grupo organizado y hermético, a base de superponer y trabar entre sí sus escudos para disminuir sustancialmente los puntos por los cuales podían entrar las flechas enemigas y herirlos.

Este es el escudo de la fe, el cual por su diseño, está trabado con el del soldado que tienes a tu lado. Este escudo de la fe utilizado en la comunidad de la fe. En nuestras batallas espirituales, no hay lugar para los comandos solitarios. Si esperas protección, te tienes que unir al grupo, marchar en la unidad y vivir con él como una familia.

A veces, Dios nos fortalece cuando estamos completamente solos, pero con frecuencia, fortalece nuestra fe por medio de las palabras o de la presencia de otras personas en nuestra vida. Cuando la Palabra impacta profundamente a los seres humanos, ellos se la comunican a otros seres humanos… 

Los creyentes necesitan otros creyentes que les hablen la Palabra de Dios. Los necesitan una y otra vez cuando se llenan de incertidumbre y se sienten descorazonados… Necesitan a otros creyentes que sean portadores de la Palabra de Dios.

“…Se aglomeraron  tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta, mientras él les predicaba. Entonces llegaron cuatro hombres que llevaban un paralítico. Como no podían acercarlo a Jesús por causa de la multitud, quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús y, luego de hacer una abertura, bajaron la camilla en la que estaba acostado el paralítico. Al ver la fe de ellos Jesús dijo al paralítico: ¡Hijo, tus pecados quedan perdonados! Algunos maestros de la Ley estaban sentados allí y  pensaban: ¿Por qué habla éste así? ¡ Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? En ese  mismo instante supo Jesús en su espíritu que esto era lo que estaban pensando. ¿Por qué razonan así? dijo. ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados quedan perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla  y anda?” Mr. 2:1-9 NVI. 

Al ver la fe de ellos Jesús (plural) ¡sanó al paralítico! A Jesús le agradó la fe en acción de ese grupo de hombres que engancharon sus escudos de fe. Ese es el poder de la asociación: el todo es más grande que la suma de las partes.

Dios nunca quiso que los humanos siguiéramos solos a Cristo. Para llegar a una fe que disipe nuestros temores, necesitamos de otras personas. ¡La fe es contagiosa!

Si su fe es fuerte, piense si Dios no le estará llamando a ser un mentor de aquellos cuya fe es joven o débil.  

Y si su fe es débil, o flaquea ante los desafíos extremos, busque el aliento y el ejemplo de aquellos que tienen una fe fuerte. Vivir como creyente aislado es algo que hace que el crecimiento en la fe se vuelva difícil, o incluso imposible.

Necesitamos propósito

¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas y esto lo sé muy bien!”  Sal. 139:14 NVI.

Dios a menudo nos da un propósito  que requiere que confiemos en Él de maneras especiales. Esa es una razón por la cual Jesús le daba a sus discípulos tareas y desafíos para desarrollar su fe. Los envió de dos en dos para predicar, expulsar demonios y sanar a los enfermos. En una ocasión Él les ordenó alimentar a cinco mil personas con solo cinco panes y dos pescados… Dándonos un sentido de propósito es su manera de estirar y fortalecer nuestros músculos de fe.

 

Necesitamos tener una perspectiva

“Entonces los apóstoles dijeron al Señor: ¡Aumenta nuestra fe! Si ustedes tuvieran una fe tan pequeña como una semilla de mostaza – respondió el Señor -, podrían decirle a este árbol sicómoro: Arráncate de aquí y plántate en el mar; y les obedecería”. Lc. 17:5,6

En otras palabras, lo importante no era el tamaño de su fe, sino el tamaño de su Dios. Los discípulos de Jesús necesitaban la perspectiva adecuada para poder aumentar su fe. También nosotros.

La fe debe tener un objetivo. La fe no convierte a los simples mortales en Super Héroes. 

No es la fe la que mueve montañas, sino Dios. El poder de la fe se encuentra en su objetivo.

El autor de Hebreos, luego de celebrar la fe de unos creyentes extraordinarios en el capítulo 11 nos dice:  

puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…”  He. 12:2. 

Para que nuestra fe sea eficaz, es necesario que nos mantengamos centrados en el Señor.

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Ante los ojos de Dios, los problemas no son ni grandes ni pequeños. Es nuestra perspectiva la que necesita aumentar de tamaño, de manera que veamos hasta qué punto Dios es capaz de responder a la fe que nosotros tenemos. No importa lo pequeña e insuficiente que Ud. crea que es su fe. Siga orando, confiando y buscando el rostro del Señor. Recuerde: lo que realmente importa no es el tamaño de su fe, sino su objetivo: nuestro Dios Todopoderoso. Cuando se deje de enfocar en sí mismo para enfocarse en Él, su fe crecerá y sus temores desaparecerán.

Pr. Rafael Vargas

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