Los discípulos fueron enviados a predicar el Evangelio del Reino. “Así que partieron y fueron  por todas partes de pueblo en pueblo, predicando las buenas noticias y sanando a la gente”.  Lc. 9:6 NVI. A su regreso le comentaron al  Maestro lo que habían dicho y hecho. Estaban emocionados porque habían  efectuado milagros con sus propias manos y palabras. Luego, Jesús les dijo que la verdadera celebración debía ser que sus nombres estuvieran escritos en el cielo.  

“Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo”.  Lc. 10:20 NVI. 

Luego de tener esa experiencia de ministrar con éxito, algunas cosas extrañas salieron a luz. La primera es que comenzaron a discutir por ver quién de ellos era el más importante. Seguro comenzaron a pensar de esta manera a causa de los milagros que sucedieron por medio de ellos. Entonces Jesús les señaló a un niño y les enseñó cómo es la verdadera grandeza en el Reino. 

“... Porque el que es más pequeño entre todos ustedes, ese es el más importante.  Lc. 9:48b. NVI. 

Una vez más, Jesús les presentó el misterio de su Reino, donde es mejor dar que recibir, y donde el más humilde es el mayor.

 

Después de que Jesús tratara con la preocupación por ver quién era el más importante, los discípulos cometieron otro error. Vieron a alguien echando fuera demonios en el nombre de Jesús. Y ellos lo reprendieron, tratando de ser los únicos y exclusivos dueños de la franquicia del poder del Reino. 

Es como si hubieran dicho: “Está claro, entendemos. Entre nosotros, ninguno es mejor que el otro. ¡Pero fija,  somos mejores que él!”. Por el hecho de tener un acceso a Cristo que nadie más tenía, ellos creyeron haber alcanzado una medida de logros personales, se sintieron con derechos especiales, en lugar de la responsabilidad personal, como lo explica la Biblia en Lc. 12:48.

“…A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho” Lc. 12:48 NVI

No pudieron verlo. Una vez más, Jesús les dijo algo que cambiaría sus vidas: 

No se lo impidan … porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes”. Lc. 9:50 NVI.

El Maestro estaba disciplinando a los discípulos, podaba una rama que, de continuar creciendo en esa dirección, no daría buen fruto en el futuro. Si no lidiaba con el elitismo en ese momento, las consecuencias futuras serían muy graves. También, necesitaban saber que una parte del apoyo vendría de la mano de quienes no estaban jugando en su mismo club. 

“Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado” Jn. 15:3 NVI

El proceso que los purificaba aborda los problemas del corazón, y esa palabra nos transforma. 

“Por esto, despójense de toda inmoralidad  y de la maldad que tanto  abunda, para que puedan recibir con humildad  la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles”. Stgo. 1:21 NVI.

Ese no era el final. Es como si los problemas que había en sus corazones se asomaran a la superficie en los momentos más inoportunos. Este capítulo de Lucas 9 es el detalle de un gran experimento: darles poder a discípulos imperfectos. 

En la siguiente escena, Jacobo y Juan quieren hacer descender fuego del cielo sobre una ciudad entera por haber rechazado su ministerio. Imagínense, el espíritu de asesinato se apodera de estos discípulos, a tal punto que ellos quieren matar a los ciudadanos de una ciudad entera. Obviamente, ese no es el camino correcto. Pero la necesidad de reivindicación para sentirse bien con uno mismo nunca es la tierra más firme sobre la cual construir. Jesús tenía que disciplinarlos, para poder lidiar con esta clase de  pensamiento.

¿Qué cosas habían visto hacer a Dios en sus recientes viajes misioneros que les hiciera pensar que Jesús aprobaría que enviaran fuego del cielo? Si esta clase de pensamiento continuaba creciendo, podría haber comprometido el propósito de todo el ministerio.

Jesús expone sus corazones con una palabra: “Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas…” Lc. 9:55-56 RVR60. 

Los discípulos utilizaron a Elías como ejemplo de lo que estaban preguntando: 

“Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?  Lc. 9:54 RVR60.

Es interesante ver cuántas veces encontramos versículos que justifican lo que sabemos en nuestro corazón que es incorrecto. Los discípulos ya habían visto el trato que Jesús tenía con las personas y sabían que en su corazón había gran compasión y misericordia. También, es bueno remarcar que hacer descender fuego del cielo era perfecto para los días en los que vivió Elías, pero no para los días de Jesús. 

Cristo les dijo a sus discípulos que para quemar una ciudad entera necesitarían el poder de un espíritu diferente. Luego mencionó otra de las razones de su venida: para salvar las almas de los hombres, no para destruirlas. Sería bueno que todos pudieran comprender esto. 

Este no es el día del juicio. El día del juicio está en las manos de Dios. 

Este es tiempo de la misericordia, y Dios lo ha puesto en nuestras manos. 

Todos pudimos recibir perdón gracias a la misericordia de Dios. Dado que la mayoría de las personas no tiene la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. 

Te pedimos “Señor ten misericordia de todos nosotros”.

Este es un tiempo donde la locura se disfraza de cordura, lo malo se considera bueno. Se protege a animales y se es indiferente con los seres humanos. La humanidad le pone pasión a cosas que sólo Dios es digno de recibir. Necesitamos con urgencia Su misericordia sobre nuestra ciudad, sobre nuestra Nación.

En estos pasajes de Lc. 9 donde vemos que Jesús realizó ese experimento de confiar autoridad y poder a doce hombres que no son del todo maduros ni estables. El hecho de discutir quien era el mayor entre ellos, o de restringir las actividades de aquellos que no pertenecieran a su grupo y que luego quisieran exterminar una ciudad entera muestran que ellos no eran muy maduros. 

Pero cuando estos aspectos afloran, parece que a Jesús ni siquiera lo sorprenden y tiene una palabra de rectificación en cada caso. Pero en ningún momento pierde los estribos. No los castiga, ni los manda a la banca; Jesús simplemente habló y los discípulos asimilaron y cambiaron. Al punto que esos problemas nunca volvieron a suceder.

Como resultado de este experimento le confía el mismo poder y autoridad a otros 70 hombres, y les da la misma tarea que a los doce. 

“Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir”.  Lc. 10:1 RVR 60. 

¡Es increíble!. Al parecer, Jesús no le teme a los problemas tanto como lo hacemos nosotros. Si deseamos crecer,  aprendamos a trabajar pacientemente con personas en proceso.

Pr. Rafael Vargas

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