La mejor forma en que las personas están convencidas de la verdad es mediante el Espíritu Santo. La verdad se libera cuando el pueblo de Dios dice lo que dice el Padre. 

Una forma de expresar la verdad se da cuando hablamos con sabiduría, entonces liberamos la presencia del Espíritu Santo en la atmósfera para trabajar en los corazones de los oyentes. Es por eso que tenemos una gran necesidad de la sabiduría que se basa en tener un oído que oiga. 

Es la capacidad de escuchar a Dios lo que hace que la transformación tenga lugar cuando declaramos Sus palabras.

Uno de los efectos en calidad de remanente de lo vivido y enseñado en tiempos del  Antiguo Testamento es la idea de que podemos ser  contaminados por los pecadores y su pecado. Todo el Antiguo Testamento se enfocó en la severidad del pecado, en los efectos devastadores que este produce; y esta es una revelación vital. La interrogante que nace de ello es, ¿Sigue siendo el pecado severo y devastador? Por supuesto que lo es. Eso no ha cambiado. 

Pero lo que SÍ ha cambiado es la condición del pueblo de Dios, debido a la presencia del Espíritu Santo al interior de los hijos de Dios. Además, la naturaleza del Espíritu Santo es diferente de lo que muchos han pensado. El Espíritu Santo no teme al pecado ni a los pecadores. Y además nos muestra cómo piensa el Padre y lo que ÉL valora.

Por ejemplo, cuando alguno de sus hijos o hijas están pasando por una etapa de duelo por la pérdida de alguno de sus seres amados, Dios se siente atraído por el dolor que ellos están experimentando y promete consuelo a los dolientes. Él se siente atraído por la debilidad, y promete manifestar SU fortaleza y nos da fuerza en medio de nuestra debilidad. 

Él no es indiferente ante la proliferación del pecado, pues declara que donde abunda el pecado, abunda mucho más la gracia. Nuestro Padre se siente atraído por algunas de las cosas que nos ofenden, y nos ayuda a ver estas cosas a través de una mente renovada, con fe en el poder de Dios para producir cambios, y ello transformará para siempre nuestro enfoque acerca de la forma como vemos que funciona el común de las personas.

Tanto el Antiguo así como el Nuevo Pacto, no podrían ser más diferentes en ninguna parte que en el enfoque del tema del pecado y los pecadores. En el Antiguo Testamento, si tocabas algo impuro te volvías impuro. Si tocabas a un leproso, eras contaminado por su lepra y quedabas en condición de  inmundo. Cuando vino Jesús, ÉL cambió todo esto, no solo prometiendo perdonar a todos los que acudían a Él, sino también en SU acercamiento a las personas que tenían necesidades. En lugar de que Jesús se volviera impuro al tocar a un leproso, el leproso se volvía limpio cuando Jesús lo tocaba. Esta fue una señal de cambios dramáticos que se avecinaban en la vida y el ministerio. Bajo el Antiguo Pacto, debíamos mantenernos alejados de los pecadores, para no volvernos como ellos. En el Nuevo Pacto, un cónyuge creyente puede santificar a toda su familia.

Esto ha cambiado completamente, ha revertido la situación, y ahora vemos que el poder del amor y la justicia es mayor que el poder del pecado y la influencia de los pecadores. En lugar de vivir con miedo a la contaminación, nos convertimos en influenciadores de nuestro entorno. Esto tiene efectos profundos en cómo ministramos, en cómo abordamos la vida y en cómo pensamos.

En un momento, mantenerse alejado de la contaminación era la principal preocupación de muchas personas. Los leprosos que caminaban por las calles anunciaban su presencia para advertir a la gente que ellos estaban cerca. Los ciegos eran considerados personas que estaban bajo el juicio y  la maldición de Dios, como lo declara Dt. 28:28  28Jehová te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu. Se pensaba que todas estas enfermedades de la vida, eran enfermedades que provenían de Dios, y díganme ¿quién puede pensar lo contrario?

Esta mentalidad provocó una división aún mayor entre las personas con necesidades y las personas que deberían haber tenido respuestas para ellos: los líderes religiosos. Esa fue una de las ofensas que Jesús llevó a toda la élite religiosa.  Era una contradicción a lo que ellos pensaban que era Dios. 

Jesús respondió a los problemas de las personas y les mostró cómo reinar en la vida y no dejar que su entorno los controle. Mostró a la gente cómo liberarse y mantenerse libre. Abrió los ojos de los que se creía malditos por Dios y calmó las tormentas que se creían enviadas por Dios. Y luego trabajó para levantar una generación de creyentes que ya no temían la contaminación, sino que temían limitar a Dios. 

Tenemos que aprender a deshacernos de esos enfoques de separación absurda que no nos ayudan a edificar nuestras relaciones, y que postergan lo que Dios quiere hacer con nosotros. Al eliminar el enfoque de nosotros y ellos de nuestra ciudad, dejamos de convertirla en un proyecto ministerial. Nadie elegiría ser la asignación ministerial de otra persona cuando él o ella podría experimentar amor real y aceptación en su lugar. Esa es la auténtica expresión del Reino. 

Muchas veces juzgamos al prójimo según nuestros propios estándares, vemos lo que nos parece la faceta negativa de las personas y ello nos impide ver quiénes son realmente. Necesitamos aprender a ver cómo los ve Dios, eso nos abre los ojos a su llamado y el propósito en la vida dado por Dios. Entonces vamos a tratarlos y verlos no solo como son, sino cómo se están convirtiendo.

Borremos esas líneas mentales y culturales que nos dividen y nos  hacen sentir que somos diferentes clases de personas.

Pr. Rafael Vargas

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