“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista;  pero el más pequeño en el reino de los cielos,  mayor es que él. Mt. 11:11

Los ministerios de profetas como Elías, Eliseo o Daniel fueron espectaculares, plenos de hechos sobrenaturales; mientras que en el ministerio de Juan el Bautista, él no hizo ningún milagro que nosotros sepamos. Aunque su ministerio fue gloriosamente necesario, no fue un ministerio que normalmente compararíamos con los ministerios de profetas como los ya mencionados. Pero Jesús, que es fuente de toda sabiduría y conocimiento dice que Juan el Bautista fue el mayor de los profetas. Este pasaje nos permite apreciar que nuestra perspectiva acerca de las cosas, no necesariamente está acorde con la perspectiva que existe desde el cielo.

Cuando Jesús dice que el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él, es  que pronto las cosas en la vida iban a cambiar.

Juan el Bautista profetizó la venida de Cristo y también confesó su necesidad personal de esa venida. 

“Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento;  pero el que viene tras mí,  cuyo calzado yo no soy digno de llevar,  es más poderoso que yo;  él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.… Mas Juan se le oponía,  diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti,  ¿y tú vienes a mí?” Mt. 3:11,14.

Ninguno de los profetas del Antiguo Testamento, tuvo lo que iba a ser ofrecido al “menor de los santos”. El bautismo del Espíritu Santo nos lleva a vivir un estilo de vida al que ni siquiera Juan tuvo acceso. Y es el Maestro quien nos hace desear ese estilo de vida por medio de su ejemplo. Pero no solo queda ahí, sino que nos da la promesa de que lo tenemos al alcance. La salvación no era la meta final de la venida de Cristo, era la meta inmediata. La meta final era llenar a cada persona nacida de nuevo con el Espíritu Santo. El deseo de Dios es que cada creyente desborde del Espíritu, es decir que seamos llenos de la plenitud de Dios.

La experiencia del Bautismo en Fuego, llevó a tener una llenura del Espíritu que fue diferente de lo que cualquier persona hubiera experimentado jamás. Es por esta razón, que el mayor de los profetas del Antiguo Testamento pudo confesar que él necesitaba ese bautismo. El bautismo del Espíritu Santo pone a disposición del creyente un estilo de vida que ningún profeta del Antiguo Testamento pudo jamás experimentar, ni siquiera tener acceso. 

La Nación de Israel salió de Egipto cuando la sangre de un cordero fue derramada y fue aplicada a los dinteles de sus puertas. De igual manera, nosotros fuimos liberados de la esclavitud cuando la sangre de Jesús fue aplicada a nuestra vidas. Los israelitas pronto llegaron al Mar Rojo. Y el hecho de atravesarlo se llama el “bautismo de Moisés”. De manera similar, nosotros nos encontramos con las aguas del bautismo después de nuestra conversión. Cuando finalmente los israelitas entraron en la Tierra Prometida, entraron atravesando el río Jordán, fue otro bautismo. Este nuevo bautismo los llevó a una forma de vida diferente. Antes de cruzar el río, pelearon con otros pueblos y vencieron. Pero una vez que cruzaron el río Jordán, las guerras se libraron de una forma completamente diferente.

Ahora debían marchar alrededor de una ciudad en silencio durante 6 días y el 7mo. día debían dar un poderoso grito de guerra hasta ver caer las murallas de dicha ciudad. Luego les tocaría enviar a los músicos y al coro al frente de batalla delante del ejército. O la ocasión en la que el Señor ordenó que 30.000 hombres de guerra se volvieran a su campamento, para encarar una batalla llevando solo 300 hombres que blandían antorchas y tocaban trompetas.

Él hace posible la Tierra Prometida y nosotros pagamos el precio por vivir allí. Él nos da su bautismo en fuego, si le damos algo que valga la pena quemar. Este bautismo en el Espíritu es el cumplimiento de la imagen del Antiguo Testamento de la entrada a la Tierra Prometida. Si los israelitas se contentaban con haber cruzado el río y se quedaban a orillas de este, no habrían cumplido el propósito por el que cruzaron el río. Habían naciones que tenían que destruir y poseer ciudades. Contentarse con menos de lo que Dios tenía en sus propósitos para ellos hubiera significado aprender a vivir con el enemigo. Eso es lo que sucede cuando un creyente es bautizado en el Espíritu Santo, pero nunca va más allá de hablar en lenguas. Cuando nos quedamos satisfechos con algo menos que el propósito final de Dios, el dominio, aprendemos a tolerar el mal en algunas áreas  de nuestra vida.

Por glorioso que sea el don de lenguas, es solo un punto de entrada para una vida de poder. Ese poder nos ha sido dado para desposeer a las fortalezas del infierno y tomar posesión para la gloria de Dios.

Pr. Rafael Vargas

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