La palabra "confirmar" significa "atestiguar, respaldar, establecer". Jesucristo, como la semilla del Pacto de Abraham, confirmó ese pacto con señales y milagros, y con la palabra y la revelación de Dios. Dios confirmó todo lo que era, todo lo que hizo y todo lo que dijo. El libro de Hebreos dice:
“...tan grande salvación, la cual habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios, y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”. He. 2:3,4.
Y cuando Jesucristo ascendió a lo alto y se sentó a la derecha del Padre, los discípulos fueron por todas partes predicando la palabra, obrando el Señor con ellos y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Él confirmó el Pacto de Abraham y trajo el Nuevo Pacto
“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá…” Jer. 31:31-34
En cada época, Satanás desata un arma de engaño masivo. Ante ello, el cielo no es pasivo, ni se sorprende. Tengamos siempre presente, Dios no puede ser engañado.
Ante la proximidad del mal, el Espíritu Santo recluta personas. Él anhela expresar Su supremacía sobre el mal a través de vasos purificados.
Para entender lo que se avecina debemos volver a visitar el Valle de los Huesos Secos. Hasta donde el profeta Ezequiel puede ver, son huesos secos y blanqueados. El mensaje al profeta es gráfico: aquí no hay vida, alguna.
“… Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?...” Ez. 37:3a.
Ezequiel, no responde de inmediato, razona, ¿Qué pasa si estos son los huesos de profetas anteriores que dieron la respuesta incorrecta? Así que, humildemente dice: “Señor Jehová, tú lo sabes”. Ez. 37:3b.
El Espíritu Santo está reuniendo un ejército para Sí mismo. Tiene la intención de imbuirlos con gracia y poder especial para lograr actos poderosos al final de la historia. Estarán equipados de manera única para enfrentar el mal sofisticado de nuestro tiempo. Pero todo comienza haciendo las paces con el Espíritu Santo y restaurándolo al lugar que le corresponde.
En Hechos verá la manera realista en que los creyentes se relacionan con el Espíritu Santo. Mientras lo reverenciaban profundamente, tenían un sentido de Su cercanía y Su participación en sus operaciones diarias. Se comportaron como si Él estuviera cerca y casi pudieran verlo. Sobre todo, anticiparon sus instrucciones.
“Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre”. Hch. 13:2-4.
Lo que sabían era que el Espíritu Santo había hablado. No tenemos indicación de ningún método que usaran para confirmar las instrucciones divinas. Lo que sabemos es que ayunaron, adoraron y oraron. No sólo sabían cuándo ir, también sabían cuándo detenerse.
El bautismo del Espíritu Santo es el enemigo natural de las artimañas del diablo que pretenden paralizar a la iglesia. Cuando Dios se derrama sobre su pueblo, la cultura de la iglesia cambia instantáneamente. Una audiencia se transforma en un ejército. Y se desata un hambre insaciable por la Palabra de Dios.
El bautismo del Espíritu, es un don a la iglesia, y es tan urgente e importante, que a la Iglesia Primitiva se le prohibió comenzar a operar hasta que lo hubiera recibido.
“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”. Hch. 1:4-5
Los apóstoles lo consideraron esencial y lo prescribían a cualquier creyente que no lo hubiera recibido.
“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo”. Hch. 8:14-15.
¿Qué podemos hacer con los demonios que están estrangulando a nuestra Nación? ¿Podemos romper su hechizo sobre Bolivia? Los demonios divisivos nos han llevado al borde de la guerra civil. Espíritus de lujuria han difundido la perversión que ha contaminado cada aspecto de nuestra cultura. Los demonios han desatado la adicción y la violencia. ¿Podemos detenerlos? No sólo podemos, es nuestro deber derribarlos.
“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” 2 Co. 10:4-5
La mayoría de las prédicas y enseñanzas de hoy dan la impresión de que es muy poco lo que podemos hacer. Si no podemos derribar fortalezas, ¿No es Dios culpable de abuso infantil a gran escala? Es culpable de dejar que Pablo despierte una esperanza que nunca podrá cumplirse. Porque el punto central de la cita que acabamos de leer es provocar a la Iglesia a tomar las poderosas armas de Dios.
“Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades”. Lc. 9:1