El Antiguo Testamento revela cosas maravillosas de la vida bajo el Nuevo Pacto a través de representaciones imperfectas, eso quiere decir que hay ilustraciones naturales de verdades espirituales. Por ejemplo, sabemos que los judíos debían ofrecer un cordero sin mancha como pago por la expiación de sus pecados. Pero ahora, también sabemos que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Una vez que lo nuevo viene como respuesta a una representación del Antiguo Testamento, ya no hay necesidad de volver adoptar ese símbolo. De lo contrario, los sacrificios de animales aún tendrían valor.
El Antiguo Testamento en su totalidad apunta a Jesús. Él es la figura central de TODA la Escritura. La ley y los profetas declararon su rol como Mesías, explicando cómo completaría el plan de redención divino. Todas las historias, profecías y leyes lo señalaban a Él en distintos niveles, al igual que el letrero de una carretera detalla que ciudades se encuentran por delante. El letrero es real y tiene un significado, pero, en sí, no es la realidad que estamos buscando. En este caso, no tenemos que adorar la señal del Antiguo Testamento. Tampoco podemos permitirnos distraernos, como si de alguna manera su contenido fuera una realidad más importante que el mensaje del mismo Mesías.
Estas señales cumplen con el propósito de llevarnos a Jesús. El letrero de una carretera nunca define la ciudad, así como tampoco el Antiguo Testamento debería redefinir quién es Jesús. Él es el cumplimiento de la ley y los profetas. La naturaleza de su vida y propósito es clara y las preguntas sin respuestas del Antiguo Pacto no deben diluirla o desmantelarla. ¿Por qué vino? Él vino a destruir la obra del enemigo.
“La ley y los profetas se proclamaron hasta Juan. Desde entonces se anuncian las buenas noticias del reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él”. Lc. 16:16 NVI
“Hasta Juan” resulta una frase muy significativa, aunque se la suele ignorar. Hay un mensaje importante, el Evangelio del Reino, que superó tanto a la ley como a los profetas. Uno de ellos es el mensaje que prevalece, y el otro, que ya se cumplió, ha quedado obsoleto. Uno tiene el respaldo del cielo; el otro; no. Uno se encarga de revelar el propósito de Dios en este tiempo, y detalla nuestra misión; el otro, no.
Un mensaje crea una realidad. La naturaleza del que llevamos determina la naturaleza de la realidad en la que viviremos y ministraremos. Aquellos que adopten la misión que Dios nos ha encomendado respecto del mensaje al mensaje de su Reino verán como este crece por sobre sobre los problemas de la humanidad. Este es el único mensaje que crea un entorno propicio para demostrar el amor del Señor, su pureza inquebrantable y su poder inexplicable. Es el que predicaba Jesús y que les enseñó a sus discípulos para que también lo predicaran. Continúa siendo la palabra más importante hasta el día de hoy.
La iglesia ha reemplazado gran parte del Evangelio del Reino con el Evangelio de la Salvación. La belleza del mensaje de salvación hace que sea muy fácil olvidarnos del hecho de que es solo una parte de aquel que Jesús nos dejó. El Evangelio de la salvación se concentra en alcanzar a las personas para que vayan al cielo. El Evangelio del Reino busca transformar vidas, ciudades y naciones por medio del reinado de Dios, que se manifiesta al traer la realidad del cielo a la tierra.
No debemos confundir nuestro destino con nuestra misión.
El cielo es mi destino, y traer el Reino a la Tierra, mi misión.
El enfoque del mensaje del Reino es el dominio legítimo del Señor sobre todas las cosas. Todo aquello incompatible con el cielo – ya sea una enfermedad, un tormento, odio, división, pecados, etc. – debe someterse a la autoridad del Rey. Este tipo de problemas no puede prevalecer en la vida de una persona porque los poderes inferiores no tienen autoridad donde el dominio de Dios se manifiesta.
A medida que exponemos este mensaje, tenemos la oportunidad de traer cambios culturales en la educación, los negocios, la política, el medio ambiente y demás asuntos de importancia que debemos enfrentar en la actualidad. Esto crea un fenómeno poco común: el fruto del avivamiento se convierte en su motor. Si nos mantenemos fieles al mensaje, el movimiento aumenta hasta transformarse en reforma.
El Reino es el mensaje que debemos llevar a todas las naciones de la Tierra.
“Dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: ‘El reino de los cielos está cerca’”. Mt. 10:7 NVI
Nuestro mensaje es Jesús, quien nos mostró cómo es su mundo por medio de palabras y acciones.
En el cielo no hay enfermedad. Cuando el Reino se manifiesta en el cuerpo de una persona, esta se sana.
“Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas noticias del reino y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente”. Mt. 4:23 NVI.
En el cielo no hay demonios, y por ello la liberación es algo normal cuando Jesús toca a una persona
“Pero si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes”. Mt. 12:28 NVI
Todo se trata de cómo se VE su mundo y cómo esa realidad puede afectar el nuestro. El Reino de Dios está en una dimensión invisible y obviamente, es eterno.
“Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento”. 2 Co. 4:17 NVI
La percepción es primordial, así que debe vivir siendo consciente de que la fe puede ver. Nuestra conversión nos permite tener esa habilidad:
“Te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” Jn. 3:3 NVI.
Su impacto en el aquí y ahora va más allá de estas dos ilustraciones, y tiene efecto en cada área de la vida: tanto en el alma como en el hombre exterior. La idea es predicar y mostrar el Reino de Dios para que todos en esta vida lleguen a conocer su bondad. Jesús lo ilustró perfectamente.
Pr. Rafael Vargas