Aquello que quebranta la paz es el pecado. Hasta que el pecado sea eliminado mediante la justificación no puede haber una paz verdadera. Si no hay paz para con Dios, no hay una verdadera paz para con nosotros mismos.

Hablemos un poco más acerca de lo que es la paz interior, la paz de la conciencia.

Está claro que la conciencia de culpa y de ira llevan al alma a una agitación, mientras que la paz trae  serenidad al alma. Podemos decir que la paz es la estabilización de la mente

Isaías lo expuso así:

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Is. 26:3 

Y si gozas de esa paz, la consecuencia debería aplicarse así: 

No tendrá temor de malas noticias; Su corazón está firme, confiado en Jehová. Sal. 112:7

El temor produce tormento. 

En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.  1 Jn. 4:18

Una virtud de la paz de conciencia es que apacigua el tormento.

Aunque todo éxito terrenal te sea esquivo y todo soporte en tu vida se retire, aunque Satanás te acuse, la ley del hombre te condene, a pesar de ello, cuando hay esta paz de conciencia, el alma está armada contra todos ellos. Por eso podemos no solo decir sino vivir “… Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” Ro. 8:31.

Este tipo de paz es un escudo defensivo contra los dardos encendidos del diablo. 

Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? …Aunque un ejército acampe contra mí, No temerá mi corazón; Aunque contra mí se levante guerra, Yo estaré confiado. Sal. 27:1,3

Esta paz de la conciencia es el reposo prometido de nuestras almas. 

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados,  y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros,  y aprended de mí,  que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; Mt. 11:28,29.

Cuanto más agitada se ha visto tu alma, tanto más dulce es el reposo.  Cuando el cuerpo no puede hallar reposo en el mundo, sino que se ve azotado por tempestades, el alma halla reposo en Dios y en sus promesas.

Esta paz interior es una reconciliación con nosotros mismos. Porque donde está el pecado, éste sólo puede producir una contienda, repulsión de uno mismo. El hombre está incómodo consigo mismo. 

Ahora esta paz se enfrenta con esta contienda. Como sucedió con la mujer pecadora que se acercó a Jesús cuando estaba a la mesa en casa del fariseo, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies. Esta mujer tuvo aquella contienda con su cabello, que era el instrumento de su pecado. 

Y a ella le dijo: “Tus pecados te son perdonados. …. Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz”.  Cristo terminó despidiéndola con paz. Lc. 7:48-50 

La paz interior no es un privilegio ni de la filosofía ni de la prosperidad mundana. La paz es aquello que el mundo agobiado pretende seguir aunque muy absurdamente en sus agitadas búsquedas. Es un insensato aquel que espera la paz gracias a que sus graneros están rebosantes de grano.

“y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”. Lc. 12:19-21 

Si la paz interior fuese el privilegio de la prosperidad mundana, entonces aquellos que más poseen de este mundo tendrían más de esta paz. Pero vemos lo contrario. 

“Está un hombre solo y sin sucesor, que no tiene hijo ni hermano; pero nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se sacian de sus riquezas, ni se pregunta: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi alma del bien? También esto es vanidad, y duro trabajo”. Ecl. 4:8

Los hijos de Dios hemos encontrado el camino de la paz. Este es un privilegio del Nuevo Pacto. Veamos cómo es:

  • Esa paz ha sido comprada con la sangre del pacto. Por el pecado habíamos perdido el derecho a la paz. Al morir, restauró nuestro derecho. Cristo se conmovió en espíritu para que nosotros pudiéramos tener paz de espíritu. Su alma estuvo triste hasta la muerte para que pudiéramos tener un sumo gozo para la vida.

Realmente, ¡cómo deberíamos valorar esta paz que fue comprada a tan gran precio¡

    • Se edifica sobre las verdades del Nuevo Pacto. Ya que este nos da verdades que dan satisfacción al entendimiento, verdades en las que tenemos participación. Esta paz nos viene gratuitamente aunque fue comprada a gran precio por el Señor. Esta paz es una creación suya. Es una prenda de amor que nos ha sido dejada por un amigo querido.
    • El que EL nos lo hubiera legado asegura que ningún ser humano en la tierra, ni ningún demonio del infierno tiene el poder para destruir ni invalidar la voluntad y el testamento de mi Señor. El Nuevo Testamento está escrito en términos muy claros. Sus grandezas están registradas y así permanece para que tengamos la certidumbre de SU verdad y que no deje lugar para dudas. El testamento está publicado. Y se envía a sus siervos a proclamar la paz; para que todos los hijos de paz sepan lo que su Maestro les ha dejado y así puedan reclamarlo.
  • Esta paz pertenece a los verdaderos creyentes, se da para su beneficio a aquellos que por una fe viva están en pacto con Dios. Decir que le pertenece a todos los verdaderos creyentes, no en el sentido de que todos gocen de su posesión. Porque muchos hijos de luz andan en tinieblas. Is. 50:10 “… El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios”. Los hijos de paz pueden estar largo tiempo angustiados y sin embargo digo que esa paz les pertenece porque todos ellos tienen derecho a ella. 
  • Allí donde el alma es guiada a conformidad con la voluntad de Dios hay una disposición a la paz. Por ello es que podemos decir “que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos”. 2 Co. 4:8,9

Recordemos lo dicho por Isaías, “produciré fruto de labios: Paz, paz al que está lejos y al cercano, dijo Jehová; y lo sanaré”. Is. 57:19. La paz también es el fruto de labios que oran y alaban. 

Un edificio nunca se puede levantar sin un sólido fundamento. Los que persisten en su incredulidad, no tienen parte en este asunto. Porque no hay base sobre la cual hablar una palabra de paz a ninguno de los que persisten en sus pecados. Jer. 6:14 “Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”.

Pr. Rafael Vargas

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