Los discípulos de Jesús vivieron asombrados por Aquél que los llamó a dejarlo todo y seguirlo. La elección que tuvieron que hacer fue una elección fácil. Cuando Él habló, algo cobró vida en ellos, algo que nunca supieron que existía en su interior. Había algo en SU voz por lo que valía la pena vivir.
Cada día con Jesús estaba lleno de cosas que no se podían entender; aparecía un endemoniado cayendo a los pies de Jesús en adoración, o los líderes religiosos dominantes se quedaron en silencio en Su presencia; todo fue abrumador. Las vidas de sus discípulos habían adquirido un significado y un propósito que hacía que todo lo demás fuera, decepcionante. Es seguro que cada uno de ellos tenía sus problemas personales, pero Dios los había cautivado de tal manera, que ahora nada más importaba.
Sería muy difícil para nosotros comprender el impulso del estilo de vida que ellos experimentaron. Cada palabra, cada acción parecía tener un significado eterno. Se les debe haber ocurrido que servir en la corte de este Rey sería mucho mejor que vivir en sus propios lugares. Ellos estaban experimentando de primera mano lo que sentía David cuando vivía con la presencia de Dios como su prioridad de vida.
Conforme nos volvemos más experimentados y conocedores de las cosas de Dios, hay cosas que vamos tomando con frecuencia como sobre-entendidas, una de ellas es por ejemplo la dependencia de Dios. Se vuelve demasiado fácil suponer que sabemos qué hacer en un momento dado, cuando de hecho, Dios está queriendo hacer algo nuevo.
Hacer algo nuevo con santos experimentados es una rara ocurrencia en la historia de la Iglesia. En nuestros esfuerzos de ser buenos líderes tenemos la tendencia de pensar que una de nuestras fortalezas es suponer que sabemos a dónde va Dios. Pero, Dios está buscando seguidores, para hacer de ellos una nueva clase de líder. El hecho de que Dios está queriendo hacer algo nuevo nos alerta en cuanto a este hecho, a menudo no sabemos lo que Él está a punto de hacer. En el Reino de Dios, los grandes líderes se miden por su habilidad de seguirle.
La experiencia de Israel en el Éxodo nos expone un sin número de lecciones que nos pueden asistir en esta búsqueda del fuego vivo de la Presencia del Señor. La más obvia está dada por la necesidad que tuvieron de seguir la nube. La nube era una manifestación de la presencia de Dios sobre ellos como pueblo. Esta nube se convertía en una columna de fuego por la noche, pero de día era una cobertura protectora.
La parte desafiante para el pueblo de Dios era el hecho de que había ocasiones donde la nube se comenzaba a mover y ellos tenían que empezar a empacar sus pertenencias y rápidamente seguir a la nube.
Toda su vida estaba conectada a la nube, a la Presencia, Provisión, seguridad, dirección, propósito y tanto más estaban conectados a Dios mismo, todo esto representaba la nube. No seguirle significaba que todo lo que los mantenía con vida ya no estaría. Todos los beneficios misericordiosos de la presencia de Dios simplemente abandonaban el campamento, y mantener esa bendición sobre sus vidas significaba que tenían que seguir con Dios.
Seguir la dirección del Espíritu Santo nos puede presentar el dilema de caminar dentro de los confines conocidos o andar por nuevos derroteros que solo conoce el Espíritu de Dios. Aunque Él nunca contradice Su palabra, Él está muy cómodo contradiciendo nuestro entendimiento de ella. Quienes se sienten seguros debido a su entendimiento intelectual de las Escrituras perciben un falso sentido de seguridad. Ninguno de nosotros tenemos una comprensión completa de las Escrituras, pero todos tenemos al Espíritu Santo.
Él es el denominador común que siempre nos llevará a la verdad. Pero para seguirlo, tendremos que estar dispuestos a seguir más allá de lo que conocemos. Para hacerlo exitosamente tenemos que reconocer Su presencia sobre todo.
Pr. Rafael Vargas