David, conforme al anhelo de su corazón de edificar un Templo al Señor, hizo el acopio de materiales necesarios y dijo en una ocasión: Salomón mi hijo es muchacho y de tierna edad, y la casa que se ha de edificar a Jehová ha de ser magnífica por excelencia, para renombre y honra en todas las tierras; ahora, pues, yo le prepararé lo necesario.
“Llamó entonces David a Salomón su hijo, y le mandó que edificase casa a Jehová Dios de Israel. Y dijo David a Salomón: Hijo mío, en mi corazón tuve el edificar templo al nombre de Jehová mi Dios. Mas vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Tú has derramado mucha sangre, y has hecho grandes guerras; no edificarás casa a mi nombre, porque has derramado mucha sangre en la tierra delante de mí”. 1 Cr. 22:6-8
Salomón creció conociendo su llamado y propósito en la vida. Él fue preparado para ser rey, y su reinado fue definido proféticamente. Y a diferencia de David, que vivió una vida de guerra, Salomón reinaría en paz.
David desarrolló una comunidad basada en la presencia de Dios. Su liderazgo y los valores que sostenía como hombre hicieron de la presencia de Dios su objetivo. Todo esto estaba conectado con su enfoque en la manifestación del rostro de Dios entre Su pueblo.
A lo largo de la historia, se captan ciertos vislumbres del cielo, y este es un ámbito que David lo entendió con claridad. En el cielo, la presencia de Dios mismo es el valor supremo.
Cuando el Antiguo Testamento menciona la presencia de Dios, casi siempre está hablando de SU rostro. Por ejemplo, en el Tabernáculo de Moisés, estaba el pan de la proposición, el que literalmente, es el pan de SU rostro. El cielo valora SU rostro por encima de todo; nada es más grande que Dios mismo. Él es el cielo, tanto que no hay sombras. Él está en todas partes al mismo tiempo, brillando. Y cada vez que el pueblo de Dios adopta ese sistema de valores, estamos reflejando el cielo mismo. Es en parte un cumplimiento de la oración "así en la tierra como en el cielo".
David no pudo construir el templo que anhelaba por ser hombre de guerra. Sin embargo, preparó la mayor parte de los materiales necesarios, y desarrolló los planos. Hizo esto para ayudar a su hijo a tener éxito en la construcción del edificio más grande de todos los tiempos. Los costos que iba a demandar dicha construcción eran alucinantes. Sólo la plata y el oro costarían a precios actuales alrededor de $ 200 mil millones de dólares. Además del costo de todos los demás materiales utilizados, así como de la mano de obra y su respectivo sustento, dado que alrededor de 140.000 personas trabajaron durante siete años en el proyecto. La magnitud del costo es realmente alucinante.
Un aspecto interesante de resaltar se suscita cuando el rey Salomón escribió una carta al rey Hiram pidiéndole ayuda en el suministro de madera, oro y trabajadores para la construcción del Templo. Hiram fue amigo del rey David.