Vamos a detallar cuatro de las cosas principales que hace el Antiguo Testamento por nosotros y que nos ayudan a reconocer y a experimentar la bondad de Dios, y son:
- Revelar la gravedad de lo que hace el pecado.
- Exponer la condición de la humanidad
- Demostrar la necesidad de un Salvador
- Mostrar a Jesús como única solución posible para nuestra condición.
El pecado es tan grave que en todos los casos es terminal. No podemos pasarlo por alto. Su presencia y poder han dejado cicatrices en todo lo que Dios ha creado. Nadie puede sobrevivir al efecto que este produce.
El apóstol Pablo expone el papel de la ley en relación con el pecado: “La ley, en efecto, trae castigo. Pero donde no hay Ley, tampoco hay transgresión”. Ro. 4:15 NVI.
El Señor no busca hacernos sentir culpables. Todo lo que nos revela lo hace debido a su enorme bondad y para que podamos responder a su provisión y seamos libres. Es imposible reconocer la respuesta de Dios si no sabemos cuál es nuestra necesidad. Cuando Él revela nuestra condición perdida a causa del pecado, lo hace para que podamos alejarnos del pecado y recibir su solución: Adoptarnos por medio del perdón.
La ley hace referencia a esto una y otra vez al ilustrar cómo el pecado contamina todo lo que toca.
En el pacto del Antiguo Testamento, las cosas impuras tienen efecto sobre las que están limpias.
- La condición de la humanidad
El Antiguo Testamento nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, y revela que no podemos simplemente decidir no pecar más. Porque pecar forma parte de nuestra naturaleza. Ni la disciplina, ni la determinación en su máxima expresión son capaces de cambiar la inclinación que tenemos hacia él. Tampoco pueden librarnos de nuestro pasado pecaminoso.
Una de las realidades más difíciles es que no hay buenas obras suficientes para compensar nuestros pecados. El problema del pecado está fuera del alcance de cualquier ser humano. Darnos cuenta de ello, de que estamos perdidos nos ayuda a ver que necesitamos un salvador.
Como el pecado contamina todo lo que toca, el pueblo de Dios, Israel, tuvo que destruir a las naciones que tenía alrededor cuando entró a la tierra prometida. Nada podía cambiar la naturaleza pecaminosa de aquellos pueblos que una vez ocuparon esa herencia.
Esa es una diferencia notoria entre el Antiguo y el Nuevo Pacto, en el que se nos ordena llevar las Buenas Nuevas a todas las Naciones para que alcancen la vida eterna.
- La Necesidad de un Salvador
Tomar conciencia de que estamos perdidos nos ayuda a abrirnos y buscar ayuda de alguien más. Y esa ayuda viene del Señor. Esa idea de que somos capaces de cuidar de nosotros mismos puede ayudar en ciertos momentos de la vida, pero se vuelve inútil cuando hablamos de nuestra necesidad de salvación. Como estamos perdidos, necesitamos ser hallados. La Biblia nos describe como muertos por el hecho de estar separados de Dios y alguien que está muerto no puede hallar un salvador.
Lo extraño de esto, es que nos separa el escenario, porque tiene que ver con nuestra salvación. Aquellos que están buscando al Señor están simplemente respondiendo al llamado que Él puso en sus corazones. Fuimos hallados. Jesús nos llamó por nuestro nombre, y trajo convicción de pecado a nuestras vidas. Al responder a su llamado y nacer de nuevo, volvimos a vivir.
La ley del Antiguo Testamento es el maestro que nos guía a Cristo. Primero, revela que somos pecadores; lo bueno es que no termina ahí:
“Así que la Ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos sujetos al guía”. Ga. 3:24-25 NVI.
Jesús no sólo satisfizo el apetito de la ley al cargar con nuestro pecado; la ley lo señalaba a Él. La ley de Moisés señalaba a Jesús: los sacrificios, las fiestas, el Tabernáculo, el día de guardar, el jubileo; todos ellos señalan la venida del Mesías. Y en ellas no están incluidas las profecías que específicamente anuncian los detalles de su vida y de su muerte, lo que fue anunciado con detalle para ayudar a su pueblo a que pudiera reconocerlo cuando Él viniera.
Lo realmente asombroso, es que gran parte de las personas más capacitadas en el estudio de la Escritura fueron incapaces de reconocerlo cuando vino a la Tierra. El vasto conocimiento que tenían hizo que se alejaran de sus propias necesidades y no pudieron tener un corazón moldeable para la ocasión. Al leer el A. T., está claro que el Padre quería que nos diéramos cuenta de que su respuesta estaba en camino. Que el Salvador estaba en camino.
Así como el A.T. nos guía a Jesús, señala automáticamente al Reino que este Rey de reyes gobierna. Es el ámbito de su gobierno y muestra lo que Él quiere para toda su creación. Jesús reveló que su Reino tocaba primeramente el corazón:
“Los fariseos preguntaron a Jesús cuándo iba a venir el reino de Dios y él les respondió: La venida del reino de Dios no es algo que se pueda observar. No van a decir: “!Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!”. Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes”. Lc. 17:20-21 NVI.
No podemos medir el Reino por lo externo, aunque este se manifieste e impacte sobre las cosas visibles, por ejemplo, la sanidad y liberación del cuerpo.
Los milagros que hizo Jesús no fueron para probar que tenía el poder para hacerlos. Estos fueron fruto de su compasión. Y tampoco para entretenimiento sobrenatural. Que quede claro. El Reino viene primero para gobernar en nuestros corazones y sanarlos y luego impactar lo externo.
“Porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo”. Ro. 14:17 NVI
Comidas o bebidas son cosas externas. Lo que está en el corazón: justicia, paz y alegría. Y aunque son internas, se manifiestan en lo externo. Es difícil esconder la alegría.
La palabra salvación nunca se refirió a perdón de pecados solamente. Es una palabra que significa plenitud, perdón, sanidad y libertad. Miremos ese pasaje de Ro. 14:17 que habla sobre el Reino. La justicia se encarga del problema del pecado, la paz es la respuesta a los problemas de liberación y tormentos y la alegría es la respuesta a las enfermedades, ya que el corazón alegre es un buen remedio (Pr. 17:22 NVI)
Pr. Rafael Vargas