Mirando la vida de David, podemos apreciar que su gran amor por Dios lo llevó a descubrir la realidad de que Dios es hallado por los que le buscan. En el libro de Salmos encontramos uno de los secretos de la vida de David:
Sal. 37:7 NVI “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él con paciencia. No te irrites ante el éxito de otros, de los que maquinan planes malvados”.
El deseo de Moisés por conocer a Dios le dió acceso a una revelación que el pueblo de Israel nunca tuvo, a él se le permitió ver la figura de Dios, pero a Israel no.
Sal.103:7 NVI “Dio a conocer sus caminos a Moisés, reveló sus obras al pueblo de Israel”.
Los caminos de Dios sólo se descubren por medio de los hechos divinos, pero sólo pueden ser reconocidos por aquellos que están hambrientos de ÉL.
Al redimir al hombre, Jesús recuperó lo que este había entregado.
Jesús declaró:
Mt. 28:18 “...Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”.
En este pasaje, Jesús cumple la promesa hecha a sus discípulos cuando les dijo “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Mt. 16:19.
En el monte Carmelo hubo una tremenda confrontación entre los poderes del mal contra los poderes de Dios, y el resultado de este enfrentamiento fue un retorno a Dios.
Es un hecho que la maldad ha venido aumentando y aumentará más aún, pero de igual manera, donde abunda el mal, sobreabunda la gracia. Así como el poder del “enemigo” se acrecienta, el poder de la Iglesia del Señor también se incrementará y habrá un incremento exponencial de acciones sobrenaturales que vivirá la iglesia.
Dios le había dado a Adán las llaves del dominio del planeta, el diablo tenía que obtener su autoridad del hombre. La sugerencia de comer la fruta prohibida era simplemente un esfuerzo del enemigo para hacer que Adán y Eva se pusieran de acuerdo con él para oponerse a Dios y así empoderarlo a él. Hasta el día de hoy, el poder que tiene el diablo para matar, robar y destruir lo posee por el acuerdo con Adán y Eva. El acuerdo con los seres humanos lo sigue empoderando aún en la actualidad.
En tiempos del profeta Samuel, luego que Israel perdiera una batalla contra los filisteos, estos últimos tomaron el Arca de Jehová, se la llevaron y la metieron en el Templo de Dagón su dios. Cada amanecer encontraban la imagen de Dagón postrada en tierra delante del Arca. Preocupados por ello, decidieron llevar el Arca a la ciudad de Gat y allí los hombres de esa ciudad se llenaron de tumores. Luego llevaron el Arca a otra ciudad y allí empezó una mortandad. Por lo que los príncipes de los filisteos decidieron devolver el Arca del Dios de Israel, pagando expiaciones por haberla retenido. 1 S. 6:4. Y luego enviaron el Arca y las ofrendas en un carro nuevo tirado por bueyes con dirección a Bet-Semes. 1 S. 6:13-15. Pero, 1 S. 6:19-21,7:1 “…Vinieron los de Quiriat-jearim y llevaron el arca de Jehová, y la pusieron en casa de Abinadab, situada en el collado; y santificaron a Eleazar su hijo para que guardase el arca de Jehová”.
Cuando Jesús fue bautizado en agua, el cielo se dio cuenta. Mr. 1:10-11 “Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”.
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Jesús vió abrirse los cielos. Lo prometido a través de los tiempos había comenzado. Pero nadie esperaba esto: el cielo invadiendo la tierra a través de la humildad de un hombre.
Desde el principio Dios ha preparado el escenario para asociarse con personas imperfectas en una relación de trabajo conjunto. Cuando uno ve que Jesús hizo lo que hizo como hombre siguiendo a su Padre, uno se ve obligado a hacer lo que sea necesario para seguir ese ejemplo.
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Hay dos condiciones esenciales que resaltan en la vida de Jesús. Primero está el hecho de que Jesús no tuvo pecado. Para calificar en esta condición es necesario haber nacido de nuevo. Debido a la misericordia y gracia de Dios, podemos cumplir con la primera condición.
Cuando perdemos a un ser querido de forma inesperada, una vez que ha pasado del dolor y la conmoción que ello implica, nos vienen las preguntas: ¿Por qué, Señor? Se ha producido un grado de incertidumbre, dudamos de lo que creemos. La duda no es lo opuesto de la fe, sino la oportunidad de tener fe. El verdadero enemigo de la fe es el descreimiento, el abandono de la fe.
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En la Biblia hay personas que dudaron: Job, David, Jeremías y Juan el Bautista. Este último, mientras estaba en prisión, envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres el que había de venir, o tenemos que seguir esperando a otro? El Bautista había estado proclamando la venida del Mesías; y Jesús había dicho de él, “que era el más grande hombre entre los nacidos de mujer”. Él había bautizado a Jesús, y había escuchado una voz sobrenatural que afirmaba que Jesús era el enviado. Pero ahora, en la oscuridad de la prisión Juan no pudo evitar hacer la pregunta: ¿Eres tú el que había de venir? Si el más grande hombre nacido de mujer dudó, entonces cualquier hombre va a hacerlo.