... si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? 2 Co. 3:7-8
Esta cita nos muestra que los israelitas no podían ver el rostro de Moisés a causa de la gloria que se había posado sobre él.
Luego Pablo afirma en 2 Co. 3:14
“Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado”.
Acá nos dice que Cristo quitó el velo. Cualquier cosa que el velo estuviera escondiendo, ahora quedaba expuesto para que todos pudieran verlo.
Ese elemento fruto del temor con el que lucharon los hijos de Israel en el desierto fue quitado porque Cristo vino para hacernos libres de toda clase de opresión y temor.
Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Co. 3:17-18
¡Esa libertad que nos trae el Espíritu Santo, nos libera para que podamos contemplar la gloria de Dios!
Dese cuenta de lo que dice el vs. 18:
“mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor”.
Esa gloria es visible como en un espejo, eso quiere decir que así lucimos. En eso consiste el trabajo del Espíritu Santo en hacernos gloriosos.
¿Para qué?
Lo que sucede es que Jesús regresará por su novia, la cual ha de estar a la altura del novio.
A fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Ef. 5:27
La obediencia al mandato de levantarse y resplandecer nos lleva al proceso a través del cual somos capaces de atravesar el umbral de las limitaciones y entrar a la realidad de lo que dice Dios que ya somos.
Es entonces cuando empieza a tener sentido la transformación de nuestro enfoque acerca de la humanidad. Y así es más factible que empecemos a usar el favor que Dios nos ha dado para servir a nuestro prójimo con eficacia, y eso es lo que significa representar la vida en el Reino de Dios.
Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Mt. 20:25-28
Estamos entrando en un tiempo en el que veremos cada vez a más personas llegar a Cristo a causa del resplandor de su rostro sobre su pueblo. A veces será su poder el que se manifieste y otras veces será su amor con sus obras de bondad; pero lo que se verá será el resplandor de su rostro.
El rostro de Dios será visto una y otra vez, y cada vez su resplandor será más manifiesto en su casa.
Es tiempo de estar atentos para ver , aprender y crecer, porque eso cambia nuestra capacidad para representar a Dios en este mundo, siendo cambiados, transformados de lo que éramos antes.
La profundidad de nuestros encuentros con Dios, marcan la tendencia a manifestar su semejanza.
Si bien hemos experimentado a veces en el temor de Dios debido a la disciplina y a las pruebas; hay algo que está viniendo sobre el pueblo de Dios y es la revelación de la bondad de Dios.
Este tipo de bendición no promueve la arrogancia. Por el contrario, su bondad nos sobrecoge y nos desarma. Y entonces entenderemos que vivimos mucho más allá de lo que realmente merecemos. Eso no quiere decir que los problemas vayan a desaparecer. Simplemente significa que los problemas se rendirán ante una iglesia con autoridad.
El hecho que habla la profecía de Is. 60 respecto a la oscuridad que cubrirá a la tierra, pero su gloria permanecerá sobre su pueblo, nos dará un entendimiento de cómo el Señor moverá a las naciones que nos rodean a acercarse a Cristo, de manera que nos convirtamos en “la ciudad asentada sobre la colina” cumpliendo lo que dice Mt. 5:14:
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”.
Hay un poderoso ámbito de bendición divina que no ha sido experimentado todavía. Y es la intención de nuestro Padre liberarlo antes de que venga el fin. Esta bendición nos capacita para actuar como agentes de su Reino. Esta imagen profética la encontramos en el Sal 67:1-7
Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; Haga resplandecer su rostro sobre nosotros; Selah
Para que sea conocido en la tierra tu camino, En todas las naciones tu salvación.
Te alaben los pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben.
Alégrense y gócense las naciones, Porque juzgarás los pueblos con equidad, Y pastorearás las naciones en la tierra. Selah
Te alaben los pueblos, oh Dios; Todos los pueblos te alaben.
La tierra dará su fruto; Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.
Bendíganos Dios, Y témanlo todos los términos de la tierra.