La visión empieza con identidad y propósito. Y revolucionando nuestro pensamiento podemos pensar con propósito divino. Este cambio empieza con una revelación acerca de ÉL.

Una de las tragedias de tener una identidad debilitada es cómo esto afecta nuestra manera de comprender las Escrituras. Somos propensos a dejar para más adelante, para el futuro, aquellas cosas que demandan valentía, fe y acción. La idea errada, es que, si es bueno, no puede ser para este momento.

Adoptar un sistema de creencias que no requiera fe es muy peligroso; porque es contrario a la naturaleza de Dios y a todo lo que declara la Biblia. Dado que Dios planea hacer  “…muchísimo más que todo lo que podemos imaginar  o pedir…”  Ef. 3:20 NVI. Sus promesas, por naturaleza desafían nuestro intelecto y nuestras expectativas. Por ello, no podernos darnos el lujo de sufrir los resultados de olvidar sus promesas. Lm. 1:9  NVI  “[Jerusalén] no tomó en cuenta  lo que le esperaba. Su caída fue sorprendente…” 

Con frecuencia se suscita en nuestro pensar, que  nuestra incapacidad toma mayor preponderancia que la capacidad de nuestro Señor. Pero Aquel que llamó “guerrero valiente” al temeroso Gedeón y quién llamó “roca” al inestable  Pedro, nos ha llamado a nosotros el Cuerpo de su amado Hijo en la Tierra. ¡Esto tiene que tener alguna significancia para nosotros!. El simple hecho que ÉL lo declare  así, hace que lo imposible sea posible.

Cuando “vemos” quién es ÉL,  lo que ÉL ha hecho por nosotros y lo que ÉL dice que somos, hay una única respuesta posible: ¡adorarlo con un corazón rendido y humillado! Dios nos creó para ser poderosas expresiones de ÉL mismo. Con nuestra creación también tuvo la capacidad de sentir dolor y tristeza por nuestras decisiones. Especialmente por las equivocadas. Si lo pensamos bien, todos los padres comprenden este dolor. 

Nuestro Padre Celestial se arriesgó al darnos la libertad de decidir servirlo, ignorarlo o burlarnos de ÉL. Dios eligió ser vulnerable, se predispuso a ser influenciado por su propia creación, en lugar de optar por un mundo absolutamente limpio que los robots pudieran manejar sin interrumpir su plan. ¿Qué buscaba con todo esto?

Que personas creadas a su imagen y semejanza tomaran el lugar de adoradores, de hijos e hijas, aquellos cuya naturaleza estuviera inmersa en ÉL. Ellos se convertirían en colaboradores suyos al administrar, crear y contribuir  en el bienestar de su creación. De manera que desde su perspectiva, valía la pena correr el riesgo.

El libre albedrío que Dios nos ha otorgado tiene tanta importancia para ÉL, que Dios se abstiene de manifestar su Presencia de maneras en las que esta libertad pudiera ser afectada. Cuando ÉL se revele en toda su plenitud, hasta el diablo y sus huestes declararán que Jesucristo es el Señor.

Dios nos dio libertad, y siempre se mantiene a una distancia exacta como para que nuestra voluntad y nuestro intelecto pudieran ser moldeados por medio de nuestra lealtad a ÉL. El Señor está siempre disponible para toda persona que sea lo suficientemente humilde para reconocer su necesidad personal. Nuestro Señor, además es lo suficientemente discreto como para que aquellos que solo se preocupan por ellos mismos lo ignoren.

Libertad no es hacer lo que uno quiere. Libertad es la capacidad de hacer lo correcto. Quienes son humildes reciben verdadera libertad, porque el orgullo restringe, retiene y va en contra de la grandeza. La libertad es el resultado de haber sido libre por medio del Espíritu Santo, quien se encarga de manifestar los frutos y beneficios de estar bajo el señorío de Cristo. 

En el Reino de Dios hay más libertad bajo su mandato que al hacer lo que yo quiero. En el Reino de Dios, si actuamos con humildad nos hacemos grandes, si damos, recibimos y si morimos, vivimos. Guau. ¡Que Reino!

Pr. Rafael Vargas

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