Existe una diferencia entre objetivos inmediatos y objetivos finales. El éxito con un objetivo inmediato hace posible alcanzar un objetivo final. Pero el fracaso en alcanzar nuestros objetivos inmediatos nos impide alcanzar nuestro objetivo final. Del mismo modo, la salvación no era el objetivo final de la venida de Cristo. Era el objetivo inmediato… Sin lograr la redención, no había esperanza para el objetivo final, que era llenar a cada persona nacida de nuevo con el Espíritu Santo. El deseo de Dios es que el creyente se llene hasta rebalsar del Espíritu Santo, para que podamos “…ser llenos de toda la plenitud de Dios”. Ef. 3:19b.
La plenitud resultante del Espíritu fue diferente a la que nadie hubiera experimentado antes. Por esa razón, Juan el Bautista dijo: “Yo necesito que tú me bautices”, es decir, “necesito tu bautismo… ese que me asignaron para que yo lo anunciara”.
El bautismo en el Espíritu Santo pone a nuestra disposición un estilo de vida diferente. Es este Dios Todopoderoso quien quiere llenarnos con Su plenitud. ¡Eso debería marcar la diferencia! Él nos dará su bautismo de fuego si le damos algo que valga la pena quemar.
Este bautismo en el Espíritu Santo es el cumplimiento de la imagen del Antiguo Testamento de entrar en la Tierra Prometida. Supongamos que los hijos de Israel hubieran elegido cruzar el Jordán pero se hubieran contentado con vivir a orillas del río. En primer lugar, habrían perdido el propósito de cruzar el río. Había naciones que destruir y ciudades que poseer. No llegar a satisfacer los propósitos de Dios significaría tener que aprender a vivir con el enemigo. Así es cuando un creyente es bautizado en el Espíritu Santo pero nunca va más allá de hablar en lenguas.
Tan glorioso como es el don de lenguas, es un punto de entrada a un estilo de vida de poder. Ese poder que nos ha sido dado para que podamos despojarnos de las fortalezas del infierno y tomar posesión de la gloria de Dios.
Muchas personas han llegado a tener conclusiones equivocadas acerca del bautismo del Espíritu Santo. Este nos es dado para darnos poder. Y no sólo es poder para milagros, es para que la atmósfera del cielo cargada de poder pueda descansar sobre una persona, lo que obliga a un cambio en la atmósfera sobre un hogar, un negocio, una ciudad o un País. Este bautismo es para hacer de nosotros testigos vivenciales y ejemplos de la resurrección de Jesucristo, la exhibición final del poder del cielo.
El Espíritu del Cristo resucitado es lo que llenó el aire el día de Pentecostés. Después de diez días de orar juntos, los discípulos, estaban cansados y probablemente habían agotado todo lo que podían pensar para orar. De repente, su afecto por Jesús fue llevado a un nivel que nunca antes habían experimentado. Sus espíritus fueron empoderados por el Espíritu Santo en ese repentino momento. Estaban vivos, realmente vivos por primera vez en sus vidas. Hablaban de cosas que no entendían. Dos mundos chocaron. Y la comprensión de Dios que existe en ese reino celestial realmente influyó en el lenguaje de los ciento veinte aquí en la tierra. Ellos hablaban de los misteriosos caminos y las poderosas obras de Dios.
Este bautismo está vinculado al vino y no al agua. El agua refresca mientras que el vino influye. Cuando Dios llama a un bautismo en particular, obviamente no se trata de un simple refresco. El cielo ha venido a influir en la tierra con este bautismo.
El día de Pentecostés, el bautismo en el Espíritu Santo fue dado. Este bautismo se llama la promesa del Padre. El Padre, aquel que sólo da buenos regalos, nos dio este regalo. Toda la vida fluye sólo de Él. Él es quien orquesta y dirige la vida, y ha hecho una promesa. Y ya está. Este es su regalo especial. Es una promesa que nos re-introduce en el propósito original para la humanidad: Un pueblo adecuado para llevar la plenitud de Dios en la tierra. Ef. 3:19 “y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Esto es posible sólo a través del bautismo del Espíritu Santo, un bautismo en fuego.
Hch. 2:1- 4 “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. Un ruido vino del cielo porque dos mundos se encontraron. Era como un viento violento y veloz que soplaba y trajo algo del cielo con destino a la tierra.
Sin lugar a dudas, la invasión más dramática del cielo a la tierra ocurrió en este momento. Fue el momento decisivo. Esto es lo que prometió el Padre.
Pr. Rafael Vargas S.