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domingo, 24 noviembre 2019 / Published in Palabra que Edifica

DILE NO AL RESENTIMIENTO (251)

Dios diseñó nuestra existencia como una celebración de la vida abundante. Hay un peligroso enemigo que puede dejar deshecha esta existencia, se llama resentimiento.

El resentimiento es el enojo multiplicado con el tiempo; este no se disipa como el enojo, sino que anda ahí al acecho debajo de la superficie, imposible de ser detectado. Se puede aparentar que estamos en paz, mientras la furia de la ira hierve en nuestro interior, allí escondido y reprimido. El odio abre la puerta del veneno que a su tiempo va a infectar la vida y las relaciones de formas impredecibles.

Los resentidos son aquellos que han sido heridos y canalizan su energía hiriendo a otros. El resentimiento nos transforma en personas enojadas permanentemente, esta no es forma de vivir ¿Por qué hay personas que la eligen como su estilo de vida?

El rey David era un hombre conforme al corazón de Dios, pero tenía muchas fallas. En su lecho de muerte hizo entrar a su hijo Salomón a su dormitorio para darle un consejo final. 1 R. 2:5-6 “Ya sabes tú lo que me ha hecho Joab hijo de Sarvia, lo que hizo a dos generales del ejército de Israel,…. Tú, pues, harás conforme a tu sabiduría; no dejarás descender sus canas al Seol en paz”.

Este es el consejo del hombre más grande de su época, alguien que se prepara para ir al encuentro de su Dios. ¿Y qué sabiduría imparte? Un viejo rencor de hace muchos años. Y con ello perpetúa una falla de carácter. Porque David le está pasando un legado de venganza a su hijo; a ese hijo que quiere que sea un rey sabio y piadoso. Este es el lado de David que no quisiéramos ver; porque tal vez es un lado que nosotros mismos tenemos y preferimos no enfrentar.

El resentimiento es una criatura horrible y deformada, se parece al cáncer que entra y luego termina mandando. El resentimiento crece, distorsiona la realidad, nos mantiene encadenados al pasado. No sólo contamina a la persona amargada, sino a aquellos que toman contacto con ella. He. 12:15 “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”. La amargura contra quien sea va a empañar todas tus relaciones;  y hasta tu relación con Dios. Contamina y asfixia todo lo que toca.

Cuando elegimos aferrarnos a nuestro resentimiento, cambiamos la frescura de un nuevo día por el dolor del pasado. Con frecuencia nos recordamos de alguien que nos hizo algo que nos afectó profundamente, y ese alguien puede estar lejos y completamente inconsciente de nuestros pensamientos, totalmente olvidado de lo que sucedió e ignorante de cualquier cosa que podamos pensar o hacer. El resentimiento es como tomar nosotros el veneno y esperar que la otra persona muera. Arriesgamos nuestra salud espiritual y también la física.

Cuando elegimos apegarnos a la amargura, es como si nos pusiéramos bajo una maldición y solamente el remedio del perdón genuino quitara esa maldición de tu vida. Puede comenzar alimentando una queja menor, y si la nutres, esta crece hasta llegar a ser un resentimiento poderoso. Llega el momento en que tiene vida propia, y es imposible dejar de seguir alimentándola. Finalmente, ya no es más algo que tienes, es algo que te tiene dominado. Tu vida entera se define y ordena alrededor de los principios del odio. Ninguno de nosotros quiere vivir así. Si pudiéramos verlo con anticipación, estoy seguro que haríamos cualquier cosa para evitar caer bajo la maldición demoníaca del resentimiento. 

¿Por qué las personas albergan resentimientos contra otras personas? Porque los que tienen resentimiento tienen un sentido de superioridad sobre aquellos a quienes odian. La persona resentida se sienta en el asiento del juez. Y empieza a fantasear con la ejecución que imagina dar, algo justo; en sus términos y pensar. Y el amargado en su mente se siente alto y poderoso.

Lo primero que hay que hacer es pensar. ¿Es este el tipo de vida que quiero llevar? A veces estamos dispuestos a pelear hasta la muerte por una causa que ni siquiera podemos formular y quien sabe nunca pudimos hacerlo. Líos ajenos. Lo mejor que puedes hacer es escribirlo. Saca esos sentimientos, ponlos en papel ante tu vista y míralos a la luz.  Podría ser que eso, esa persona, esa situación, no valga la pena en lo absoluto todo el desgaste emocional que tienes. Así que cuando traigas tu amargura de la oscuridad a la luz, lo mejor que puedes hacer es escribirlo, cuidadosa y honestamente. “estoy lleno de resentimiento porque…” y luego agrega todos los detalles y cuando hayas terminado lee lo escrito en voz alta; y vuelve a leerlo en voz alta y una tercera vez. ¿Aún estás resentido?

A veces las emociones fuertes demandan un poco de aire fresco, le quita el filo al enojo reciente. Por ello es bueno hacer ejercicio físico constante. Es una buena válvula de escape. Así que no te encierres a pensar en tu resentimiento, sal, transpira algunas de tus emociones. También puedes considerar tus emociones con amigos confiables, o considerarlo con tu familia. Pero no te lo quedes callado, háblalo con Aquel que más te ama y que tiene el poder para renovar tu mente y tu corazón; Ve al Señor y dile todo. Se honesto con ÉL. Es importante ser auténtico en la oración. Ven a Dios tal como estas. El conoce todo tu ser. El te va a guiar por la gracia y el perdón. He. 12:15 “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”. Quien tiene resentimiento está carente de la gracia de Dios. Necesita acercarse a Dios y recuperar lo que ha perdido, porque ÉL es la verdadera fuente de gracia.

Cuando uno comprende el perdón que Dios nos ha dado, nuestras quejas quedan en nada. Porque la gracia limpia nuestras culpas. Todo se reduce a que podemos perdonar porque Dios nos ha perdonado. Al hacer esto, aquello por lo que estaba resentido ya no parece que valga la pena tenerlo en cuenta. Y finalmente, luego de perdonar siempre acuérdate de olvidar.

En el Padre Nuestro; hay una sola parte que se repite y es la del perdón: “Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Y al final de esta oración encontramos esta afirmación: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas,  os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas,  tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Mt. 6:14-15

Los hijos de Dios somos gente que bendice a sus enemigos, que devuelven el bien por mal. Dios dio vuelta las balanzas de la justicia y encontró la manera de perdonarnos. ¿No le gustaría vivir bajo el gobierno de la gracia y el perdón? Ef. 4:32 “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

El resentimiento hace que las familias se quiebren, las comunidades se deshagan bajo la violencia, que las naciones sigan en guerra por generaciones. Vidas que pudieron ser productivas, se consumen por el odio auto-destructivo. Nos impide ver la bondad de Dios. Nos impide ser padres fieles, hijos fieles, buenos vecinos.

No debemos vivir con resentimiento en nuestro interior. Disipe cada rasgo de amargura. Viva bajo la ley liberadora de la gracia y acuérdese de perdonar y olvidar.

Pr. Rafael Vargas S.

 

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