Cuando Jesús fue bautizado en agua, el cielo se dio cuenta. Mr. 1:10-11 “Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”.
Jesús vió abrirse los cielos. Lo prometido a través de los tiempos había comenzado. Pero nadie esperaba esto: el cielo invadiendo la tierra a través de la humildad de un hombre.
La palabra “abrirse” en el original griego significa cortar, romper, partir; y también se traduce como abrir, dividir y rasgar. Curiosamente, es el mismo uso de la palabra para describir tanto el velo en el templo que se rasga, así como las rocas que se abren en la muerte de Jesús, el cielo y la tierra se sacudieron como testigos de la injusticia de ese momento. Mt. 27:51 “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”.
Los cielos abiertos cuando Juan bautizó a Jesús no fue una simple separación de las nubes. Fue un hecho violento, representado por primera vez por el lenguaje de Isaías cuando oró Is. 64:1 “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes”. Acá, se hizo una invitación en nombre de la humanidad, y Dios respondió en persona.
Desgarrar los cielos fue en sí mismo un acto de máxima gracia y gloria, que resultó en que las fuerzas espirituales de la oscuridad sufrieran graves consecuencias. El hombre, Jesús, ahora está revestido con el cielo, completamente equipado para todos sus propósitos terrenales. Y su equipamiento era un anticipo profético de lo que pronto se pondría a disposición de todos. Definitivamente, fue un despliegue de Dios por amor.
Hasta ese momento, los profetas del Antiguo Testamento habían mostrado el impacto de la Presencia de Dios sobre una persona para hacer una tarea específica. Pero fue Jesús quien reveló esto como un estilo de vida, el vivir permanentemente en esa Presencia.
Por ello no nos queda la más mínima duda que el regalo más grande que hemos recibido es el Espíritu Santo mismo. Aquellos que descubren el valor de su Presencia entran en reinos de intimidad con Dios que nunca antes se habían considerado posibles. De esta relación vital surge un ministerio de poder que anteriormente era solo un sueño. Lo incomprensible se hace posible porque Él está con nosotros.
Dios les hizo una promesa a todos sus siervos y dice: “Yo estaré contigo”
Moisés la oyó cuando tuvo que encarar el desafío de liberar a Israel de Egipto. Ex. 3:12 “Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”.
Josué recibió esta promesa cuando a él le tocó liderar y guiar a Israel en la conquista de la Tierra Prometida. Jos. 1:9 “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”.
Cuando Gedeón recibió el llamado de Dios para liberar a Israel del ataque de los madianitas, Dios selló ese llamado con la misma promesa. Jue. 6:16 “Jehová le dijo: Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre”.
En el Nuevo Testamento, esa promesa fue dada a cada creyente a través de la Gran Comisión. Mt. 28:19-20 “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.
Esta promesa es pronunciada una y otra vez cuando Dios requiere que los hombres hagan algo para Dios que humanamente es imposible hacer. Es muy importante entender esto.
Porque es la presencia de Dios la que nos conecta con lo imposible. Hoy quiero decirles a nuestros amigos: Él está en mí por mi bien, pero está sobre mí por el bien de Uds. ¡Su presencia hace que todo sea posible!
DIOS NO tiene que tratar de hacer cosas sobrenaturales. Él es sobrenatural. Tendría que intentar no serlo. Si es invitado a una situación, no deberíamos esperar nada más que una invasión sobrenatural.
Alabemos y Adoremos su Presencia.
Pr. Rafael Vargas S.