Jesús sabía donde estaba el corazón de los hombres: dinero, comida y ropa.
Si el dinero representa la economía y la comida representa lo que la gente disfruta, ¿qué representan las ropas?. Estas representan la variedad de bienes y servicios que la gente valora. En la jerarquía de valores de Jesús, estos caían en la categoría más baja, no obstante ello, eran valiosos.
Lo que nosotros valoramos es la excelencia. Aparte de tener el precio correcto y ser disfrutables, los ítems que más valora la gente trasuntan un nivel de excelencia que garantiza su consumo. Las personas valoran aquello que es económicamente sano, aquello que van a disfrutar y que es excelente.
Cuando una persona es capaz de hacer aquello que le apasiona o disfruta, normalmente ejecuta la tarea con excelencia y es capaz de generar retorno económico de esta tarea. La vida se vuelve más efectiva, cuando tu economía, diversión y excelencia vienen juntas.
Cuando somos excelentes, nos va a gustar ser pagados por lo que hacemos. Cuando somos pagados, nosotros tenemos más recursos para divertirnos. Conforme el ciclo continua, nuestro nivel de excelencia, economía y diversión se incrementan.
¿Y todo esto, que tiene que ver con el discipulado? Los cristianos deberíamos destilar desde nuestro interior un nivel de excelencia en nuestras vidas y conducta. El discipulado debe traducirse en una vida de excelencia. 2 Cor. 8:7 7 Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia. Pablo, les está recordando a los corintios que sean excelentes en todo: fe, predicación, conocimiento, amor y aún en generosidad.
Cuando nos volvemos agoreros en lugar de ser constructores de esperanza, chismosos en lugar de guardadores de confianza, holgazanes cuando deberíamos ser modelos de diligencia, entonces la integridad de nuestra fe se vuelve cuestionable. El cristianismo viene sufriendo por mucho tiempo la tiranía de la mediocridad de sus miembros. De alguna manera nos hemos auto-convencido que conforme hagamos rituales religiosos, podemos llegar a funcionar con menor calidad en otras facetas de la vida.
Sobresalir, es distinguirse del resto. Conforme vivimos una vida de excelencia, el mundo se queda sin otra alternativa que el deseo de conocer más. Esa es la razón por la que elegimos ciertos restaurantes y no nos van a encontrar en otros. La excelencia hace que las personas hagan un balance y se notifiquen. La excelencia guía a las personas.
La razón final por la que deseamos y admiramos cosas o personas de excelencia, es porque internamente estamos construidos para buscar y desear lo significativo. Si Dios es lo más valioso y nosotros somos lo que más valora Dios, entonces tenemos en nosotros, en nuestras almas un anhelo de excelencia, un deseo por lo significativo.
Si nosotros negamos nuestra propia significancia, eso implicaría que estamos negando el diseño de nuestro Dios cuando nos concibió. Él nos ha creado con un propósito, para reflejar su amor y su poder a otras personas. El grado con el que abrazamos este llamado está relacionado con cuanto de nuestras vidas tiene significado eterno.
Desear la excelencia no es una cosa mala. Cuando nosotros sobresalimos y hacemos algo significativo nosotros glorificamos al Señor.
La excelencia y la significación nos sirven, en la medida que glorificamos a Dios y nos sentimos satisfechos por nuestras vidas en el Señor. La excelencia es valiosa, pero no a expensas de nuestra relación con Dios y con los demás; ni siquiera a expensas de la salud de nuestros cuerpos.
Por excelencia que no se confunda con lo que el mundo busca, que sobresalgamos en querer ser el “número uno” en todo. Por excelencia contemplen ser apartados y se distingan de tal manera que sus vidas puedan inspirar a los hijos de Dios. Eso es lo que significa ser sal y luz. La sal puede ser distinguida por su sabor y por sus cualidades preservativas. La luz brilla. Ambas se distinguen, ambas son valiosas. Cuando nosotros perdemos nuestra excelencia nosotros perdemos la capacidad de distinguirnos, en ese caso perdemos valor. Mt. 5:13 13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
Conforme a Jesús, nos volvemos buenos para nada cuando perdemos nuestra excelencia. Cuando conseguimos ser pisoteados por el mundo en lugar de ser sus preservadores y aquellos que le damos sabor.
Nosotros deberíamos comprender que cada día es valioso para hacer discípulos, para ser mejores personas. El tiempo es un recurso que no vuelve, hay que sacarle el jugo a la vida en busca de la excelencia.
Pr. Rafael Vargas Salgueiro