“¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. No tienen, porque no piden”. Stgo. 4:1-2 NVI 

Esta porción de la Palabra nos dice que discutimos y peleamos debido a que deseamos algo y no lo conseguimos.

Otro aspecto que hay que comprender es el referido a que son esas “pasiones” que luchan dentro de cada ser humano. Y se refiere a tener un deseo desmedido. Santiago nos dice que las contiendas se generan cuando en nuestros corazones hay un deseo desmedido por algo que no estamos dispuestos a ceder. Ese deseo puede ser bueno o malo.

No peleamos porque la otra persona es testaruda, ni porque somos agresivos por naturaleza, tampoco porque nuestro padre era así, y así aprendimos a resolver nuestros dilemas. El apóstol lo deja establecido, peleamos o discutimos debido a “nuestros deseos desmedidos”, los cuales luchan dentro de nosotros mismos. La razón por la que peleamos está clara: es porque no obtenemos lo que queremos. Peleamos por nuestros deseos, ya sea por lo que nos place o por lo que nos parece mal. Porque añoramos algo y no se da, no se logra.

Santiago nos dice, que nadie nos obliga a hacer lo que hacemos. Somos nosotros quienes damos rienda suelta a nuestras pasiones. Nadie nos hace reaccionar mal; uno reacciona mal ante una situación tentadora porque somos pecadores. Nadie me hace enojar, yo me enojo porque soy un pecador. Tenemos que aceptar que somos los únicos responsables de todas las reacciones de nuestros enojos.  

Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y  la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona”. Mr. 7:21-23 NVI.

¿Cómo respondió Jesús cuando lo insultaron y lo agredieron? ¿Cuál fue su respuesta cuando le escupieron, lo golpearon y lo clavaron en una cruz? Lo que sale de su corazón es: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…” Lc. 23:34 a  NVI. El Señor nos dio una tremenda lección de amor, perdón y liberación. Él no señaló culpables, no busco revancha y tampoco reclamó justicia. Simplemente hizo una humilde oración pidiendo perdón para quienes lo estaban lastimando.

Un renombrado filósofo cristiano dijo: “las personas heridas tienden a herir”, por lo que, nadie es más peligroso que una víctima. Una víctima tiene la tendencia a sentirse justificada por la agresión sufrida y eso es muy peligroso.

Ese es precisamente el argumento que utiliza un abusador. ¿Qué dice el abusador? Abuso, porque fui abusado. Sabemos, que fueron circunstancias injustas y dolorosas las que se vivieron, pero, ello no justifica una acción de ese tipo. Porque hay personas que han sufrido abuso y ellos/as no se han convertido en abusadores

¿Estuvo mal lo que pasaste? ¿Estuvo mal lo que sufriste? ¡Por supuesto que sí.! ¿Eso te da derecho a buscar revancha? ¡Por supuesto que no!, en lo absoluto no. ¿Eso te da derecho a pedir justicia? Ciertamente sí. Pero no te da derecho a reaccionar haciendo mal a nadie. La víctima se siente justificada para agredir, y eso es en extremo peligroso. Es muy posible que no seas una mala persona, pero cuando justificas tu agresión por el hecho de haber sido agredido, tú te estás convirtiendo en lo mismo que tu agresor, actúas bajo el mismo patrón que actúa él/ella contigo.

El pensamiento de la víctima generalmente es “Tengo derecho a lastimarte, porque tú me has lastimado”. Por ello debemos reflexionar acerca de cómo tratamos a una persona que nos ha herido y/o lastimado. Lo podemos hacer a la luz de la ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente” o a la luz de lo que haría Jesús; ¡Perdonando! Sanando, restaurando y levantando al agresor

El problema con nuestras pasiones descontroladas es que suelen esconderse en lo profundo de nuestro corazón y especialmente en los momentos de prueba, buscan encontrar un justificativo, para sus malas acciones. Por eso insultamos,  agredimos … porque siempre queremos hacer lo que queremos, y no admitimos nada menos.

Tendemos a echarle la culpa a otros, y acostumbramos a eximirnos de la responsabilidad que debemos asumir por nuestros actos. En el Jardín del Edén, así lo hizo Adán cuando fue confrontado por Dios. 

¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? – preguntó Dios -. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer? El respondió: - La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto y yo lo comí”. Gn. 3:11-12 NVI 

En sí, el hombre le dijo a Dios, la culpable es la mujer y tú también porque tú me diste esa mujer.

Pr. Rafael Vargas

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