Cuando el corazón cree una verdad, no puede dejar de pensar en esa verdad y en las implicaciones que vienen con ella.

Si te digo que el Creador del Universo quiere ser tu Padre; y que además quiere ser tu Consejero. Estas verdades, ¿no te llevarían a pensar en el gran poder del Creador?. No empezarías a fantasear en el teatro de tu imaginación con lo que eso implicaría en tu vida. Tener tu padre adoptivo, que es todo poder, que todo lo sabe. No pensarías en las increíbles consecuencias que eso supondría para tu vida. Tener semejante Consejero.

Te acabo de compartir una verdad, pero ¿crees tú esa verdad?  Si tu no la crees, esta no te afecta… Y no te afecta porque no crees. Eso es lo que sucede muchas veces en nuestro fuero interior, y es que la “intensidad” o el “nivel” de realidad que las verdades de Dios tienen en nuestros corazones es muy pobre y muchas veces es prácticamente nulo. Tú te preguntaras, ¿Cuál es la causa para que se dé esta situación? la cual sea dicho de paso es muy común.

Pablo, el apóstol, nos da la respuesta: Ef. 4:17-18 NVI “Así que les digo esto e insisto en el Señor: no vivan más con pensamientos frívolos como los paganos. A causa de la ignorancia que los domina y por la dureza de sus corazones, estos tienen oscurecido el entendimiento y están alejados de la vida que proviene de Dios”. En otras palabras, el pecado nubla nuestra visión espiritual. Este es un problema que todos tenemos en diferentes magnitudes. ¿Cuál es la solución? Resp.: Hacer de la meditación espiritual un hábito.

Porque la meditación busca que a través de la ayuda del Espíritu Santo, seamos capaces de apropiarnos de  manera más profunda del conocimiento y de la información que ya tenemos. Este es el motivo de la oración del apóstol en relación con los creyentes en Éfeso, cuando dice: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Ef. 3:14-19.

La oración del apóstol es que comprendan lo que ya comprenden. Que conozcan lo que ya conocen. Porque el Espíritu es capaz de llevar las verdades que ya conocemos a un nivel de plenitud que nosotros ni siquiera podemos imaginar.

Los seres humanos meditamos todo el tiempo. Lo malo es que a veces perdemos el tiempo meditando cosas que no edifican. ¿Acaso no fantaseamos con el vehículo que nos queremos comprar? O cuando vamos a irnos de vacaciones a un lugar anhelado, ¿No fantaseamos con ese lugar y lo que vamos hacer allá? ¿ O cuando queremos cambiar alguna parte de nuestra anatomía?  ¡Cómo me vería con una nariz más pequeña!. ¿Quién no fantasea? ¡Todos fantaseamos con distintas cosas que deseamos! En pocas palabras, ¡todos meditamos!.

Lo que tiene que ser ajustado o cambiado es el objeto de nuestra meditación. Esa debe ser la disciplina. El objetivo de la meditación debería ser tomar conciencia de la profundidad de mi pecado y de la grandeza de la gracia de mi Señor.

¿Qué es la meditación cristiana? Es entrar en diálogo con las verdades de Dios que ya conoces. Desarrollar el hábito de “fantasear” acerca de la grandeza de Dios y de todo lo que nos ha enseñado. Es pensar en las implicaciones de realmente creer lo que dices creer. Y de que el conocimiento que tienes de Dios se convierta en un deleite en Dios.

¿Dónde y Cuándo debo meditar?  La Biblia dice: Sal. 1:1-3Bienaventurado el varón… Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado…”
Debo meditar todo el día. Es un hábito que debo desarrollar, aun en las cosas más simples de la vida.

Si estoy enfrentando una enfermedad. ¿Siento temor?  ¿Quién ha dicho que ÉL es mi sanador? ¡Predícale a tu alma! Tengo temor de confrontar a mi pareja. ¿Quién ha dicho que siempre me va a amar aunque mi padre y madre me rechacen? ¡Recuérdate el evangelio! No se trata de entender las verdades de Dios, se trata de que las verdades de Dios tengan sabor, se conviertan, se vean bellas y toquen los afectos de tu corazón.

Nadie es más influyente en tu vida que tú mismo; porque nadie te habla más que tú. Vivimos en un estado de permanente conversación con nosotros mismos, y las cosas que decimos de nosotros mismos, le dan forma a la manera en que vivimos. Constantemente te estás predicando cierto tipo de mensajes. Te predicas un anti evangelio de tu propia justicia, poder y sabiduría o te predicas un evangelio de una profunda necesidad espiritual y gracia. Te predicas el anti evangelio de la soledad e incapacidad  o te predicas el evangelio de la presencia, provisión y poder de un Cristo que siempre está contigo y nunca te abandona.

Pr. Rafael Vargas

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