“Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas de viejas. Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad”. 1 Ti. 4:7 LBLA

La idea que Pablo le transmite a Timoteo es que para llegar a ser espiritual, es necesario ser disciplinado. Necesitamos generar nuevos hábitos. ¿Por qué? Porque está en juego nuestro aprecio por Dios.

Hay pocas cosas más importantes en tu vida que tus hábitos. Si queremos ver en el futuro, la clase de personas que seremos. La conclusión más acertada que podemos tener es aquella que esté ligada a los hábitos que tenemos hoy.

Una situación de vida. Si mi dieta alimenticia está basada en bebidas gaseosas, papas fritas, pizzas, helados, hamburguesas, panchitos, etc… ¿Cómo espero gozar de buena salud?  Y si a eso añado que llevo una vida sedentaria donde no hago ningún tipo de ejercicio físico; con seguridad me estoy predisponiendo a tener algún problema de obesidad, si es que no llego a desarrollar problemas circulatorios y cardíacos gracias a todo el tejido graso que estaré acumulando, por mis malos hábitos. Es un hecho que los buenos hábitos favorecerán tener un buen estado de salud, mientras que los malos te van a privar de ello.

En el ámbito espiritual,  lo mencionado acerca de los hábitos en lo natural, comporta de forma es muy similar. ¿Tienes la costumbre  de buscar a Dios en oración a diario? ¿Meditas en la Palabra con frecuencia?. Tus hábitos espirituales van a marcar la diferencia de resultados en tu vida espiritual.

El principio de la siembra y la cosecha es bastante sencillo de ser entendido en el ámbito de lo natural. Uno no puede cosechar lo que no ha sembrado. Uno cosecha lo que sembró con anterioridad. Siembra papas, cosecharas papas; no esperes cosechar cebollas. La clave para experimentar victoria en tu vida espiritual está en seguir el mismo principio.

Lo que  “merma” la calidad de nuestra relación con Dios son los constantes sorbos de trivialidad que ingerimos cada día. Jesús claramente expuso aquello que nos aparta de la mesa del banquete de su amor. Lc. 14:16-20 “Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.  El Señor dice que lo que nos aparta es un pedazo de tierra; un negocio; o una esposa. Todo ello son cosas buenas del día a día. Son bendiciones recibidas.

El mayor adversario del amor de Dios no radica en sus enemigos, sino en sus dones, en los regalos recibidos, en sus bendiciones. Y los apetitos más dañinos NO son el tóxico veneno del mundo, sino lo que sentimos por los sencillos placeres de este mundo. Porque cuando sustituimos a Dios por un apetito, apenas si logramos discernir la idolatría que conlleva, la cual además es casi incurable.

 “La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto. Hay personas que escuchan la Palabra de Dios y que se despierta en el corazón de ellos  un deseo de conocerle. Pero, yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida”. Lc. 8:14 

En otra explicación de la parábola en  Mr. 4:19 la Biblia dice: “pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.

¿Son malos, son pecaminosos los placeres de la vida y la codicia de otras cosas? No,  en si no lo son. Porque NO son vicios. Son regalos o dones de Dios. Son: tu comida favorita,  los viajes, la decoración, ver tele, ir de compras, hacer deporte… El problema es que cada uno de estos puede convertirse en un mortífero sustituto de Dios. Si quiero mantener o incrementar mi amor e interés por Dios tengo que desarrollar hábitos que me lleven a ÉL. 

Las disciplinas espirituales son hábitos que buscan ponernos en una posición donde Dios pueda cambiar nuestro corazón. Son medios provistos por Dios a través de los cuales nos acercamos a Dios para experimentarle y así ser transformados a la imagen del Hijo.

La cuestión no consiste en ganar, merecer o forzar los dones de Dios, no se trata que Dios nos bendiga porque hemos practicado las disciplinas que ÉL nos ha dado. La cuestión es que habiendo probado la bondad de Dios  en el evangelio ¿Cómo podemos maximizar nuestro disfrutar de ÉL, cuando a cada momento de nuestra vida sentimos la tentación de convertir en dioses sus dones o sus bendiciones? (Como son el  dinero, la familia, las vacaciones, la ropa, etc.)

¿Con qué armas libraremos la batalla de la fe, protegiendo nuestro corazón de los afectos ajenos y los apetitos traicioneros? La respuesta a esta pregunta son las disciplinas espirituales. Estas son armas que Dios nos ha dado para pelear una batalla que solo podemos ganar dependiendo del Señor.

Hemos de practicar el meditar en la Palabra, aprender la Biblia, orar, ayunar, servir a otros y  escuchar predicas. Estas son algunas disciplinas espirituales que nos han sido dadas para crecer en nuestra relación con el Señor.

Pr. Rafael Vargas

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