“Ustedes son la sal de la tierra; pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse”. Mt. 5:13-14 NVI
Además de nuestro impacto en la sociedad como sal, agregando sabor a la vida, también se nos llama luz. Sería incorrecto concluir que la luz está en nosotros mismos. Este es uno de los aspectos fascinantes del significado de nuestra conversión, porque sabemos que Jesús es la Luz que ilumina a todos los que vienen al mundo.
“Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo”. Jn. 1:9 NVI
Sin embargo, Jesús llama luz a todos sus seguidores. Eso quiere decir que no solo reflejamos quién es Él; irradiamos la naturaleza y la presencia de Dios en la tierra. Somos luz.
La luz expone las cosas en la oscuridad. Esta es una verdad implícita, pero su valor es secundario. Lo que Jesús dijo acerca de que somos luz es mucho más importante que lo que podamos interpretar. Para ilustrar el valor de esta luz, dijo: Una ciudad asentada sobre una colina no se puede esconder.
De la misma manera que vamos a un manantial a beber agua...
De la misma manera que vamos a un árbol a recoger fruta ...
De la misma manera que vamos a un edificio a refugiarnos, así es que debemos convertirnos en algo que la gente vendrá a buscar.
A través del reinado en la vida, nos convertimos en personas que brindan refugio a otros que se dan cuenta de su necesidad. ¿No es eso lo que Jesús insinuó? Dijo que somos una ciudad asentada sobre una colina. Debemos ser una comunidad a la que la gente querría venir en busca de refugio y conexión.
Tome en cuenta la descripción que Jesús nos dio como luz, la analogía que ÉL utilizó. Somos una ciudad.
Las ciudades no se mueven, están ahí y permanecen. Las ciudades que se iluminan brillantemente solo se ven así cuando está oscuro afuera. La implicación es que las personas que están fuera de la comunidad fuera de la seguridad personal y el refugio, pueden ver en la distancia que hay una ciudad más adelante que puede ayudarlos. La gente viajará a esa ciudad para satisfacer sus necesidades personales.
Él nos habla específicamente acerca del papel de la Iglesia en un nivel particular en Isaías 60, y nos dice así: Is. 60:1-3 LBLA “Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti. Porque he aquí, tinieblas cubrirán la tierra y densa oscuridad los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti aparecerá Su gloria. Y acudirán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu amanecer”.
Se nos ordena levantarnos y brillar. La razón es que nuestra Luz ya ha llegado. Jesús es esa Luz, y no viene ninguna otra luz. Este es un tipo de mandato para este tiempo.
Es desastroso cuando la Iglesia toma tales mandatos, con sus promesas, y los pospone en un período de tiempo del que no tenemos ninguna responsabilidad. Este es nuestro mandato ahora y es importante.
Si hubo alguna vez un versículo que profetizó lo que Jesús enseñó acerca de ser una ciudad en una colina, ¡es este¡. El profeta no solo da la orden de levantarse, sino que describe lo que sucederá cuando hagamos lo que Dios dijo. Las naciones vendrán a nuestra luz. “¿No es esta la ciudad asentada sobre una colina?” Es consistente con la comisión de Jesús cuando nos instruyó a discipular naciones. Ese no fue un mandato para obtener algunos conversos de cada grupo de personas. Eso es un hecho. Este mandamiento es para afectar y discipular a las naciones del mundo. ¿Cuándo se convirtió esto en una posibilidad? Cuando vino la Luz.
Es realmente asombroso ver lo que es posible porque Jesucristo, la Luz, vino a la tierra. Él es la Luz que ilumina. Jesús es el resplandor de la gloria del Padre, así lo señala He. 1:3 “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”. Y nosotros somos el resplandor de Cristo.
El profeta Isaías deja el cuadro bastante claro: Lo que emanamos de la Luz atraerá a las naciones en la medida en que Cristo sea visto en nosotros. El profeta también afirmó que los reyes llegarían a esa misma luz. Eso me dice que Jesús realmente es el deseado de las naciones y que cuando llegamos a ser todo lo que Él pretendía, también nos volvemos deseables.
Tenemos algo que los reyes de la tierra y los líderes de la industria, la política, la tecnología y cualquier otra área anhelan. Está incrustado en nosotros y Jesús quiere que fluya de nosotros hasta que sea tangible y práctico.
No interesa si nos hacemos famosos o populares o no lo hacemos. Estamos buscando tener el impacto deseado en la cultura y la sociedad que Dios prometió e hizo posible.
Pr. Rafael Vargas