Dios diseñó nuestra existencia como una celebración de la vida abundante. Hay un peligroso enemigo que puede dejar deshecha esta existencia, se llama resentimiento.
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El resentimiento es el enojo multiplicado con el tiempo; este no se disipa como el enojo, sino que anda ahí al acecho debajo de la superficie, imposible de ser detectado. Se puede aparentar que estamos en paz, mientras la furia de la ira hierve en nuestro interior, allí escondido y reprimido. El odio abre la puerta del veneno que a su tiempo va a infectar la vida y las relaciones de formas impredecibles.
Los temores no se irán por sí solos. Si quieres derrotarlos tienes que actuar como David ante Goliat, junta tus piedras y ve al encuentro con coraje y valentía.
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Lo primero que tienes que hacer es encontrar la raíz de esos temores. ¿Qué los provoca? Pídele a Dios que examine tu corazón y te muestre dónde está el problema.
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El temor se convierte en desobediencia, porque Dios dice: No temáis. Pero tenemos temor, por lo tanto estamos en pecado. Entonces debemos venir a Dios y hacer una confesión honesta de que tenemos temor. ¿Podemos evitar lo que sentimos? No, no podemos. Las emociones vienen por sí solas. Pero debemos recordar que tenemos el poder de influenciar en nuestros sentimientos. Sal. 34:4 LBLA “Busqué al Señor, y ÉL me respondió, y me libró de todos mis temores”. Caminar con Dios es caminar libre de temores.
El ser humano ha sido diseñado por Dios, ÉL puso en nosotros todo el equipamiento necesario para ser exitosos en la vida en todos los sentidos. Por ello NO podríamos decir que el temor es algo que no deberíamos tener, el temor es parte de la vida. Dios nos equipó así para protegernos de lo inesperado. Además, el temor acciona estallidos repentinos de fuerza y velocidad, justo cuando son necesarios; es un instinto básico de supervivencia, es cosa buena mientras se mantenga en los límites de lo racional. Otra cosa es cuando el temor no conecta con la razón.
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Cuando el temor edifica su poder sobre nosotros, encadena nuestras manos y nos impide hacer las cosas comunes de la vida; porque nos pone bajo esclavitud.
Los factores que llevan al desaliento son: la fatiga por el trabajo duro y la presión; la frustración por no tener resultados tangibles; darse por vencidos y declararlo propician el fracaso y hemos de tener presente que el temor tambien está relacionado. Demos respuesta a estos factores.
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Cuando enfrentemos circunstancias de derrota y aflicción en nuestras vidas, lo primero que tenemos que hacer es clamar a Dios. Sal 121:1-2 “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra”. Lamentablemente la mayoría de nosotros esperamos agotar todas las otras alternativas antes de apelar a Dios, y esto lo hacemos como último recurso. Cuando viene el desaliento, corra al Señor y pídale que lo ayude a solucionar sus problemas. Neh. 4:4-5 “Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio, y vuelve el baldón de ellos sobre su cabeza, y entrégalos por despojo en la tierra de su cautiverio. No cubras su iniquidad, ni su pecado sea borrado delante de ti, porque se airaron contra los que edificaban”.