Ex. 31:1-5 LBLA “Y el Señor habló a Moisés, diciendo: Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en conocimiento y en toda clase de arte, para elaborar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en el labrado de piedras para engaste, y en el tallado de madera; afín de que trabaje en toda clase de labor”. Bezaleel fue la primera persona que fue llena del Espíritu Santo.
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El recibió el llamado para liderizar la construcción de una morada para Dios. Y ÉL le reveló el diseño de cómo quería que se hicieran las cosas, esto iba a demandar tener un don especial de sabiduría e inteligencia en conocimiento y en toda clase de arte; mismo que tendría que ser dotado. A Bezaleel le fue dada una sabiduría sobrenatural para que pudiera hacer la obra encomendada con excelencia artística y le permitió como maestro artesano diseñar y construir lo que estaba en el corazón de Dios.
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Existe una diferencia entre objetivos inmediatos y objetivos finales. El éxito con un objetivo inmediato hace posible alcanzar un objetivo final. Pero el fracaso en alcanzar nuestros objetivos inmediatos nos impide alcanzar nuestro objetivo final. Del mismo modo, la salvación no era el objetivo final de la venida de Cristo. Era el objetivo inmediato... Sin lograr la redención, no había esperanza para el objetivo final, que era llenar a cada persona nacida de nuevo con el Espíritu Santo. El deseo de Dios es que el creyente se llene hasta rebalsar del Espíritu Santo, para que podamos “…ser llenos de toda la plenitud de Dios”. Ef. 3:19b.
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Cuando perdemos a un ser querido de forma inesperada, una vez que ha pasado del dolor y la conmoción que ello implica, nos vienen las preguntas: ¿Por qué, Señor? Se ha producido un grado de incertidumbre, dudamos de lo que creemos. La duda no es lo opuesto de la fe, sino la oportunidad de tener fe. El verdadero enemigo de la fe es el descreimiento, el abandono de la fe.
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En la Biblia hay personas que dudaron: Job, David, Jeremías y Juan el Bautista. Este último, mientras estaba en prisión, envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres el que había de venir, o tenemos que seguir esperando a otro? El Bautista había estado proclamando la venida del Mesías; y Jesús había dicho de él, “que era el más grande hombre entre los nacidos de mujer”. Él había bautizado a Jesús, y había escuchado una voz sobrenatural que afirmaba que Jesús era el enviado. Pero ahora, en la oscuridad de la prisión Juan no pudo evitar hacer la pregunta: ¿Eres tú el que había de venir? Si el más grande hombre nacido de mujer dudó, entonces cualquier hombre va a hacerlo.
Todos experimentamos preocupaciones en nuestras vidas. Nos andamos preguntando ¿Qué pasaría si esto …? ó ¿Qué sería lo peor que puede pasar si…? Debemos entender que este es un hábito inútil. La ansiedad es realmente necia porque se preocupa de lo que no es. Vive en un futuro que es imprevisible; ya que se trata de posibilidades y especulaciones.
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La persona que vive preocupada tiene su mente dividida entre lo real y lo posible; y eso provoca que pierda su enfoque, porque empieza a pelear batallas de la vida en dos frentes; y así cualquiera se cansa.
Vemos manifestarse a diario el enojo en todo tipo de ámbitos. Lo que hace al enojo algo tan peligroso es que estalla de pronto, de una forma poderosa e irracional, no mide consecuencias. Y cuando alguien que se enciende en ira está detrás del volante, o tiene a la mano un arma, o tiene un puño cerrado o una lengua elocuente; entonces el enojo se transforma en algo que lastima y genera violencia. El enojo es contagioso; se inflama fuera de control. El enojo es como un ácido que puede dañar la vasija que lo almacena y más allá de a quién va dirigido. Hay mucho por aprender en la Biblia sobre el enojo.
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Dios diseñó nuestra existencia como una celebración de la vida abundante. Hay un peligroso enemigo que puede dejar deshecha esta existencia, se llama resentimiento.
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El resentimiento es el enojo multiplicado con el tiempo; este no se disipa como el enojo, sino que anda ahí al acecho debajo de la superficie, imposible de ser detectado. Se puede aparentar que estamos en paz, mientras la furia de la ira hierve en nuestro interior, allí escondido y reprimido. El odio abre la puerta del veneno que a su tiempo va a infectar la vida y las relaciones de formas impredecibles.
Los temores no se irán por sí solos. Si quieres derrotarlos tienes que actuar como David ante Goliat, junta tus piedras y ve al encuentro con coraje y valentía.
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Lo primero que tienes que hacer es encontrar la raíz de esos temores. ¿Qué los provoca? Pídele a Dios que examine tu corazón y te muestre dónde está el problema.
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El temor se convierte en desobediencia, porque Dios dice: No temáis. Pero tenemos temor, por lo tanto estamos en pecado. Entonces debemos venir a Dios y hacer una confesión honesta de que tenemos temor. ¿Podemos evitar lo que sentimos? No, no podemos. Las emociones vienen por sí solas. Pero debemos recordar que tenemos el poder de influenciar en nuestros sentimientos. Sal. 34:4 LBLA “Busqué al Señor, y ÉL me respondió, y me libró de todos mis temores”. Caminar con Dios es caminar libre de temores.
El ser humano ha sido diseñado por Dios, ÉL puso en nosotros todo el equipamiento necesario para ser exitosos en la vida en todos los sentidos. Por ello NO podríamos decir que el temor es algo que no deberíamos tener, el temor es parte de la vida. Dios nos equipó así para protegernos de lo inesperado. Además, el temor acciona estallidos repentinos de fuerza y velocidad, justo cuando son necesarios; es un instinto básico de supervivencia, es cosa buena mientras se mantenga en los límites de lo racional. Otra cosa es cuando el temor no conecta con la razón.
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Cuando el temor edifica su poder sobre nosotros, encadena nuestras manos y nos impide hacer las cosas comunes de la vida; porque nos pone bajo esclavitud.
Los factores que llevan al desaliento son: la fatiga por el trabajo duro y la presión; la frustración por no tener resultados tangibles; darse por vencidos y declararlo propician el fracaso y hemos de tener presente que el temor tambien está relacionado. Demos respuesta a estos factores.
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Cuando enfrentemos circunstancias de derrota y aflicción en nuestras vidas, lo primero que tenemos que hacer es clamar a Dios. Sal 121:1-2 “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra”. Lamentablemente la mayoría de nosotros esperamos agotar todas las otras alternativas antes de apelar a Dios, y esto lo hacemos como último recurso. Cuando viene el desaliento, corra al Señor y pídale que lo ayude a solucionar sus problemas. Neh. 4:4-5 “Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio, y vuelve el baldón de ellos sobre su cabeza, y entrégalos por despojo en la tierra de su cautiverio. No cubras su iniquidad, ni su pecado sea borrado delante de ti, porque se airaron contra los que edificaban”.