Vemos manifestarse a diario el enojo en todo tipo de ámbitos. Lo que hace al enojo algo tan peligroso es que estalla de pronto, de una forma poderosa e irracional, no mide consecuencias. Y cuando alguien que se enciende en ira está detrás del volante, o tiene a la mano un arma, o tiene un puño cerrado o una lengua elocuente; entonces el enojo se transforma en algo que lastima y genera violencia. El enojo es contagioso; se inflama fuera de control. El enojo es como un ácido que puede dañar la vasija que lo almacena y más allá de a quién va dirigido. Hay mucho por aprender en la Biblia sobre el enojo.
Ef. 4:26-27 “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”. ¿Por qué el apóstol Pablo dice Airaos? Si en Ef. 4:31 nos dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. ¿Es esto una contradicción? No, en lo absoluto, no se trata de una contradicción. Nos está hablando de diferentes tipos de enojo. Si el apóstol nos recomienda Airaos, quiere decir que existe algún tipo de enojo positivo y no pecaminoso.
Jesús expresó su enojo más de una vez. La ocasión más famosa es la protagonizada en el Templo. Jn. 2:14-15 “y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas”. ¿Qué hay de manso y humilde en un hombre que anda por el Templo con un látigo atemorizando a las personas?
Para comprender a Jesús tenemos que entender a esos comerciantes y cambistas. Los judíos tenían que presentar lo mejor de sus ganados para los sacrificios, las ovejas sin mancha alguna y los sacerdotes inspeccionaban los animales. Los sacerdotes tenían un trato con los comerciantes que tenían allí, mercadería garantizada para pasar la inspección; y obviamente los precios eran a capricho de los mercaderes; así que las personas que venían a adorar a Dios eran engañadas institucionalmente. Además los mercaderes habían puesto un negocio en el atrio reservado para los gentiles, el único lugar destinado para adorar a Dios para los que no fueran judíos. Y los gentiles no tenían otro lugar donde ir a adorar a Dios. Jesús había venido a salvar a todos los perdidos, no podía aceptar algo así.
¿Qué hizo que el enojo de Jesús fuera santo y el nuestro no lo sea? El objeto de su ira; ÉL no estaba enojado ante las injusticias que le habían hecho a ÉL. Y no vemos enojo en ÉL ni siquiera cuando lo golpearon, arrestaron y fue enviado a Pilatos. Su enojo no era por ÉL, era por Dios. Lo triste de nosotros es que nos enojamos generalmente por temas personales, pero muy rara vez nos enojamos por cosas que tienen que ver con Dios. No nos inmutamos por los niños que no tienen hogar, somos indiferentes por las personas que pasan hambre; y por aquellos que no conocen a Jesús como su Señor y Salvador. El enojo correcto jamás es sobre nosotros, siempre es olvidando nuestro yo.
Jesús tenía una respuesta racional a la injusticia. El empezó a construir el látigo de cuerdas, y luego mostró valentía práctica al limpiar el atrio de los gentiles. No fue una bronca sin control.
Mr. 3:3-5 “Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana”. Jesús estaba contrariado, la gente no comprendía lo que era la compasión, ni el amor, no había un cabal entendimiento de las leyes hebreas; así que ÉL estaba enojado, correctamente enojado. Existe el enojo correcto, no pecaminoso; pero acérquese a él con cuidado; antes de aceptarlo mire en lo profundo de su corazón. El tipo de enojo correcto es admirable, pero lo contrario es abominable.
Miremos la otra cara del enojo. Ef. 4:31 “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. Este es el tipo de enojo que la mayoría de los seres humanos conocemos. Porque es fruto de andar reclamando una “indignación justa”, pero lo que hacemos es hablar de tipos de enojos comunes: amargura, queja, ira, enojo y una lengua cargada de veneno. Vivimos en un mundo que nos lastima con frecuencia. En consecuencia ¿cómo podemos manejar nuestro enojo?
En cierto momento estar enojado es una elección. La Biblia dice que no dejemos que el sol se ponga sobre nuestro enojo. Lo lamentable, es que muchas personas hacen caso omiso de esta recomendación y saborean su enojo y lo albergan. Luego trazan sus planes de ataque; pero ¿qué sucede si esas fantasías toman forma?, es posible que se vuelvan realidades que causen mucho dolor. El enojo es tóxico, se transforma en veneno que eventualmente mata el espíritu. Alimentar el enojo no es una forma sana de vivir. He. 12:15 “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”.
No de rienda suelta a su enojo. Si nos enojamos es porque ya teníamos enojo dentro de nosotros y le permitimos a otra persona hacerlo surgir. Me enojo porque quiero hacerlo. Y recordar el enojo es algo peligroso. No hable sobre su enojo. La boca es un arma mortal; no le permita ser promotora de enojo. Ef. 4:29 “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. En nuestra cultura pasamos mucho tiempo hablando de otras personas, hiriendo a medio mundo. En lugar de quitarles valor a las personas, podemos pasar el mismo tiempo edificándolas, utilizando la lengua como instrumento de gracia y bendición. Esa es una de las marcas del cristiano.
Cuando debe tratar con el enojo, nunca lo albergue; no lo repase, no hable de él, no lo disperse. En vez de eso, actúe a la inversa. Si alguien nos enoja, ofrecemos amor como respuesta. Si alguien nos amenaza con dañarnos, sentimos compasión esa persona. En vez de responder, ofrecemos redención. Ro. 12:20 “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. Pagamos lo contrario de lo que podemos sentir, o lo que nos hicieron. Para hacerlo necesitamos sabiduría, madurez y dominio propio.
Hace muchos años un hombre fue golpeado y torturado, lo escupieron y le robaron. Soportó todo tipo de insultos y luego fue clavado en una cruz. Allí todavía se burlaron de él. El podría haber gritado maldiciones a todos sus asesinos. Pero Jesús revirtió la maldad. La cargó sobre su cuerpo doliente y dijo “No saben lo que hacen”. Acaso esto no es cierto la mayoría de las veces que nos dañan, la gente no sabe lo que hace. Entonces sucedió el más tremendo milagro de la humanidad, el pecado no fue ignorado, fue sanado. La muerte fue destruida. Y se estableció un nuevo modelo de vida, y esperamos ser ejemplos de ese modelo. Bien por mal. Bendiciones por maldiciones. Compasión en lugar de agresión. Cuando lo hacemos empiezan a menudear los milagros; y podemos vivir en gozo y paz.
Pr. Rafael Vargas S.