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domingo, 28 octubre 2018 / Published in Palabra que Edifica

SEPTIMA BIENAVENTURANZA (208)

Mt. 5:9 9Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

La humanidad entera reconoce la necesidad de tener paz. Hay muchas cosas que anhelamos tener: amor, salud, riqueza, belleza y poder. Pero si no tenemos paz, todas esas cosas pueden traer tormento en lugar de darnos alegría. Si tenemos paz, no importa que falten otras cosas, porque si tenemos paz, la vida es bella. Cuando no tenemos paz, aún un palacio revestido de oro se convierte en una cárcel.

Paz no es la tranquilidad absoluta, ni es la separación de todo riesgo. Paz no es tener la seguridad total, y tampoco es la ausencia de stress. En este mundo, no existe ninguna cosa que te ofrezca seguridad absoluta ni tampoco ausencia de tensión. Si tú anduvieres orando por vivir una vida que sea refugio absoluto del riesgo y la responsabilidad, lo que estarías haciendo es orar por recibir la paz que solo la muerte te puede dar. No hay paz en apartarse de la vida, ni tampoco en retirarse de ella.

Cuando Jesús dijo: “toma tu cruz y sígueme”. Mr. 10:21b. Nos estaba diciendo que hagamos lo que tenemos que hacer. Hay cumbres que alcanzar, montañas que escalar, hay gigantes que enfrentar y vencer, hay poderes y principados que conquistar en nuestras vidas. El cristianismo es el llamado a una vida llena de acción, no es un llamado a una muerte pasiva.

La paz se gana acompañado de Dios en la tormenta. Hay paz porque ÉL es el Maestro del viento y las olas. Su promesa de «estar quieto y esperar en ÉL» conquista las pruebas de la vida. David lo entendió a cabalidad por eso dijo: Sal. 23:4 “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.

La paz es un precioso regalo de Dios. Pero, para que recibamos ese regalo es necesario que nosotros nos rindamos por completo a Jesús; de otra manera es imposible alcanzar esa anhelada paz.

La idea de una paz universal para un mundo que rechaza a Cristo, que odia a Dios, que es amante del placer y que vive esclavizado por el materialismo es solo idealismo de hombres. La paz es un don de Dios, un regalo del Todopoderoso, y ÉL se lo da únicamente a aquellos que doblan la rodilla ante su Hijo amado, Jesús el Cristo y lo reciben como su Señor y Salvador.

Es imposible que tengas paz, hasta que estés en paz con Dios. En el corazón de cada hombre, se esconde una sensación de maldad interior y a la vez hambre de justicia. La inquietud en el corazón es la sensación de convicción moral, y no sirve de nada ignorarla, no puedes dejarla en el olvido, porque la inquietud, y la desazón vienen de tu interior.

Nuestra generación ha descartado el concepto de responsabilidad, de acostumbrarse a rendir cuentas. En lugar de ello hemos elegido mitigar, calmar nuestra conciencia y justificar o hasta excusar nuestra responsabilidad moral. Hemos buscado reordenar nuestras actitudes y manipular nuestras emociones. Hemos buscado dispositivos que nos hagan sentir bien sin estar bien. Hemos tratado de desterrar el mal sin dejarlo. Al final, hemos buscado tener paz en nuestras mentes sin tener moral. Estableciendo que queremos los dones de Dios, sus regalos, sin tener la necesidad de tener a Dios.

El evangelio que le gusta  al común de la gente es aquel que es adaptado, arreglado a su manera de vivir la vida: “acepta tus pecados, no te levantes de ellos, no es necesario, Dios comprende tu debilidad, al final de cuentas te ama”. Buscamos una coartada para el fracaso moral así se logra reducir el dolor de la conciencia. Nos sentimos culpables porque somos culpables. No busquemos excusas.

No lo olvides, el sentido de convicción moral es un don divino de Dios. No puedes negarlo.

Muchos piensan que la última palabra que el Señor le dejo a la Iglesia fue la gran comisión, pero no es así, la última palabra que nuestro Señor le hablo a su Iglesia fue ¡arrepiéntanse! Ap. 2:5 “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”.

La paz verdadera es una paz duradera. Confiesa tus pecados con arrepentimiento y se lleno del Espíritu Santo. Hazte responsable de tu vida, busca con diligencia la justicia y la paz verdadera va a venir a tu vida. Jn. 14:27 “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.

Pr. Rafael Vargas S.

 

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