Llevarse bien con las personas no siempre es una tarea fácil. Para ganar el favor de las personas nosotros debemos tratarlas con respeto, dignidad y apertura con la que Jesús trataba a las personas.
Existen características básicas que deberían estar presentes en nuestra manera de relacionarnos con otras personas. Estas son el amor, el perdón, la aceptación y la fe. Cuando uno ama, acepta, espera lo mejor y perdona, entonces uno disfruta de relaciones de mejor nivel y provoca que quieran estar cerca de ti.
¿Preferiríamos estar cerca de personas que nos juzgan, nos ofenden con facilidad, nos guardan rencor o de personas que nos aman, aceptan, creen en nosotros y nos perdonan cuando fallamos? Nadie disfruta ser juzgado, avergonzado, criticado, ni que su vida sea ventilada a los cuatro vientos; en contrapartida todos responden positivamente al amor, la protección, el perdón y el respeto.
Una iglesia debería ser portadora de vida, donde la gente sepa que va a ser amada, respetada, aceptada y que cuando se equivoque va a ser perdonada y no va a ser condenada.
Todo negocio, familia y toda iglesia tiene una cultura. Hay culturas de grupo que atraen y otras que repelen. La cultura de grupo es siempre creada, aunque no siempre es fruto de intencionalidad. En Torre Fuerte, si bien no somos perfectos, decidimos crear una cultura de amor, fe, perdón y aceptación.
La cultura de grupo que uno crea puede ser un estorbo o puede ayudarte a ganar el favor de las personas. La cultura es fundamental porque afecta la interacción que uno tiene con los demás. La cultura que uno promueve, le comunica a los demás lo que es aceptable o inaceptable en ese grupo.
Amar a los demás no es ese amor romántico que el mundo está acostumbrado a llamar amor. La forma como Jesús nos enseñó a amar es mostrando que valoramos a las personas. Toda persona en la faz de la tierra quiere sentirse valorada; quiere saber que su vida le importa a alguien más. Jn. 3:16 nos muestra como ama Dios a las personas. Señalar a las personas por sus errores y fracasos no hace ningún bien. Cuando las personas son valoradas, entonces se sienten animadas para alcanzar aquello para lo cual nacieron. Debemos valorar a los demás, como esas creaciones magnificas de Dios que son, y así colocamos el fundamento para que entren en la única relación que tiene poder para transformar todo en su vida.
Cuando sabemos que somos amados, nos sentimos libres para cambiar y crecer. El amor es primero. Eso funciona en familias, en las iglesias: La gente responde al amor. Mantén tu corazón humilde y lleno del amor de Dios y éste fluirá hacia los que lo necesiten. Ellos van a percibirlo y hará que los demás sean atraídos hacia ti. Amar a los demás es valorarlos, aceptarlos tal como son.
La mayoría de las personas está consciente de sus errores, saben que son imperfectos; si no los juzgas, ellos se van a sentir seguros en tu compañía. Eso abre la puerta para llevar las buenas nuevas a sus vidas. Donde no hay aceptación la gente sufre.
En una cultura de aceptación, todavía podemos confrontar los problemas cuando es necesario hacerlo. Dios nos acepta como somos, aunque no espera que nos quedemos igual. ÉL quiere que maduremos, que aprendamos a ser como Jesús. Entonces una cultura de aceptación NO significa que NO esperemos que las personas cambien y maduren. Solo significa que nosotros dejamos de tratar de cambiar a los demás.
Preguntémonos ¿Aceptamos a los demás como son? Las intenciones y las acciones de las personas no siempre están alineadas. Hay quienes presumen que tienen una iglesia que acepta a toda clase de personas; sin embargo, la realidad es que ellos apenas los toleran. Hay una gran diferencia entre aceptación y tolerancia. Para dejar claro, aceptar a otros no significa estar de acuerdo con todo lo que hacen. Aceptación no es respaldar su conducta, es desear relacionarse con personas sin importar las diferencias entre nosotros, es respetarlos en el lugar donde ellos se encuentran en su vida. Aceptación no es confianza a ciegas; no se trata de permitir a los demás que nos lastimen. Hay que poner límites saludables y requerir que la gente se gane su confianza.
El amor y la aceptación nos llevan a extender de forma natural el perdón. Cuando las personas saben que son valoradas y están convencidas que tienen un lugar seguro donde pertenecen; entonces tienen la libertad de admitir sus errores y pecados porque saben que van a ser perdonados. Sin perdón, creamos una cultura de hipocresía. Cuando tenemos que ocultar nuestras imperfecciones, perdemos nuestra autenticidad. Es imposible respetar a la gente sin tener la voluntad para perdonarle.
Cuando perdonamos, restauramos en vez de destruir las relaciones. No hay forma de desarrollar relaciones sanas sin el perdón; porque amor y perdón son gemelos inseparables. Tú no puedes amar si no perdonas.
El perdón no es un sentimiento, al igual que el amor, es una elección. Dios nos ha pedido que perdonemos y lo hagamos en el nombre de Jesús. Puede que tome tiempo perdonar, pero siempre es posible hacerlo.
Pr. Rafael Vargas S.