Cuando perdemos a un ser querido de forma inesperada, una vez que ha pasado del dolor y la conmoción que ello implica, nos vienen las preguntas: ¿Por qué, Señor? Se ha producido un grado de incertidumbre, dudamos de lo que creemos. La duda no es lo opuesto de la fe, sino la oportunidad de tener fe. El verdadero enemigo de la fe es el descreimiento, el abandono de la fe.
En la Biblia hay personas que dudaron: Job, David, Jeremías y Juan el Bautista. Este último, mientras estaba en prisión, envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres el que había de venir, o tenemos que seguir esperando a otro? El Bautista había estado proclamando la venida del Mesías; y Jesús había dicho de él, “que era el más grande hombre entre los nacidos de mujer”. Él había bautizado a Jesús, y había escuchado una voz sobrenatural que afirmaba que Jesús era el enviado. Pero ahora, en la oscuridad de la prisión Juan no pudo evitar hacer la pregunta: ¿Eres tú el que había de venir? Si el más grande hombre nacido de mujer dudó, entonces cualquier hombre va a hacerlo.
El espíritu que cuestiona no es pecaminoso, es parte del proceso que todos tenemos que pasar mientras avanzamos hacia tener una fe más profunda. Dios lo comprende.
ÉL quiere que nosotros busquemos a través de todo aquello que implique nutrir una auténtica relación de amistad personal con ÉL. Por ello, tenemos que dejar de estigmatizar la palabra “duda” como algo negativo, y verla como algo amistoso. La duda hace preguntas buscando respuestas que sean coherentes. La duda no es el abandono de las creencias que se niega a escuchar respuestas.
Tomás, el discípulo de Jesús, es alguien notable por sus dudas. Era el clásico escéptico, quien siempre se encontraba entre dos pensamientos, fue escogido para ser uno de sus más cercanos amigos. Aquella tarde cuando Jesús se reunió con sus discípulos en el Aposento Alto, previo a compartir la cena, el Maestro les dijo: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” Jn. 14:4-5. Tomás fue el primero en reaccionar; no procesó la sutileza del maestro, porque Tomás era de hablar directo, práctico, no daba nada por descontado, pero eso no lo hace ser un descreído.
Tomás caminó con Jesús y los discípulos, él vio los milagros que hizo Jesús, lo había visto caminar sobre las aguas, y levantar a Lázaro de entre los muertos. Su vida fue transformada, pero aún así él dudaba. Nosotros podemos tener fe, podemos ver milagros y aún así podemos tener preguntas. El creyente pensante aumentará la cantidad de preguntas que tiene conforme sucedan los milagros.
Habiendo Jesús resucitado, se presentó en el lugar donde estaban reunidos sus discípulos y ellos se regocijaron. Jn. 20:24-25 “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Tomás se había aislado, por esa razón se había perdido la consolación. La duda florece en la oscuridad, en la soledad fría. La oscuridad alimenta la duda, la luz despeja lo peor de ella. La duda es una ocasión sabía para examinar nuestros sentimientos.
La verdadera duda nunca se aleja de los hechos, persigue la verdad con obstinación. Tomás pide que se le presenten evidencias. Tomás simplemente sintió la necesidad de validar las noticias increíbles que le daban sus amigos. Él fue honesto. Él no dijo que lo que le dijeron era imposible, no descartó el posible milagro, solo quería cerciorarse personalmente del hecho.
Tomás a pesar de manifestar sus dudas, se quedó con ellos. Acá encontramos otra diferencia entre la duda y el descreimiento. La duda dice: “me quedo e investigo”, mientras que el descreimiento se aleja y dice: “Crean lo que quieran, yo no voy a perder mi tiempo con eso”. Tomás se queda a hacer preguntas, y por ello recibe respuestas. Jn. 20:26 “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”. Jesús fue al encuentro de Tomás, a absolver sus cuestionamientos. Si le preguntamos a Dios con corazón honesto, ÉL siempre va a responder.
Tomás tenía sus dudas y preguntó, con el corazón correcto se mantuvo con los discípulos, en esa comunidad de fe que era el lugar donde podía recibir respuestas a sus interrogantes; si Ud. se da cuenta, esas dudas y la actitud correcta de querer resolverlas lo guiaron a la presencia del Señor. Imagínese, allí parado delante de ellos estaba el Maestro, quien había quebrado las cadenas de la muerte al resucitar. ¿Qué más se podría argumentar ante la sola presencia viva de Jesús?
Hay algo que no debemos dejar pasar de lado. ¿Cuál de los discípulos tuvo el testimonio más definitivo de todos? El que dudó. Jn. 20:27 “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Ahora Tomás sabía, le constaba, porque sus ojos y sus manos tenían información concreta sobre la resurrección. El Hombre parado frente a él, era el amigo a quién él había amado como si fuera su hermano; el compañero cuya muerte había conmovido su ser más íntimo y le había traído tantos cuestionamientos.
La seguridad es la recompensa del que busca insistentemente.
Lc. 24:38-40 “Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies”. Hoy, ÉL nos hace este ofrecimiento: “¿Estás inseguro?”, Ven a mí y siéntelo tú mismo. Dios es suficientemente grande para manejar las preguntas que te preocupan. Sólo necesitamos ser honestos con él, y ser honestos con nuestras dudas.
Las dudas son inútiles por sí solas; sólo son útiles cuando nos llevan a alguna parte. No bloquee sus dudas, examínelas con cuidado, y discútalas con quien todo lo sabe: el Espíritu Santo. Así que traiga sus dudas a luz y quítese la duda. Y recuerde, las preguntas honestas nos llevan a declaraciones poderosas. Jn. 20:28 “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Tomás, deja de lado sus preguntas y dice: ¡Señor mío, y Dios mío!” Allí todo era asombro, alegría, admiración, adoración y aquel momento era precioso, como para caer de rodillas todos juntos y adorar al Rey.
Pr. Rafael Vargas S.