Dios dice que los creyentes somos sacerdotes:
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1 P. 2:9 RVR60
En el ministerio sacerdotal es nuestro deber representar al Señor ante las personas, así como representar a las personas ante el Señor. El ministerio de representar a la gente ante Dios es un ministerio de oración conocido como ministerio de intercesión. Donde la tarea consiste en posicionarse en la brecha, en el lugar de ruptura del equilibrio de valores y/o espiritual y orar por misericordia por sus vidas. Esto conforme lo describe Ezequiel:
“Yo he buscado entre ellos a alguien que construya un muro y se ponga en la brecha delante de mí por mi tierra, para que yo no la destruya. ¡Y no lo he hallado!” Ez. 22:30 NVI
En este pasaje, el Señor dice que no pudo hallar a nadie que pudiera pedir por misericordia sobre aquellos que estaban en necesidad. No hacer la tarea que Dios nos asignó hacer, de orar por los demás, es una irresponsabilidad en relación con nuestro oficio sacerdotal. Más aún cuando sabemos que alguien en algún momento lo hizo por nosotros.
Teniendo presente esto que acabamos de compartir, imagínese a aquellos creyentes que desean maldecir a los pecadores, ¿cómo sería esa maldición?, sería un abuso de propósito y de autoridad; ya que Dios dice que somos sacerdotes suyos.
Tomar la tarea que Dios nos dio de orar por los demás y convertirla en una maldición es un mal uso de una responsabilidad dada por ÉL mismo. En caso de hacerlo, ese tipo de situación propiciaría que rendir cuentas delante del Señor vaya a ser muy doloroso por el mal uso de una tarea que ÉL nos encomendó.
Dios quiere que podamos ser colaboradores suyos, y la oración intercesora es una forma de hacerlo. Jesús reprendió a tres ciudades porque habían sido testigos de sus milagros durante su ministerio, y aunque ellos elogiaban sus obras, no querían hacer cambios a su estilo de vida para vivir bajo los estándares de vida que les habían sido revelados.
“Entonces comenzó Jesús a denunciar a las ciudades en que había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían arrepentido. Ay de ti, Corazín! Ay de ti, Betsaida! Si se hubieran hecho en Tiro y en Sidón los milagros que se hicieron en medio de ustedes, ya hace tiempo que se habrían arrepentido con muchos lamentos. Pero les digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón que para ustedes. Y tú, Capernaum, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No, sino que descenderás hasta los dominios de la muerte. Si los milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodoma, ésta habría permanecido hasta el día de hoy. Pero digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma que para ti. Mt. 11:20-24 NVI
En otras palabras, no querían arrepentirse. Arrepentirse es, básicamente, “cambiar nuestra forma de pensar”. Los milagros que ellos vieron no produjeron cambios en su manera de pensar o de “ver” las responsabilidades de la vida. Jesús hizo una reflexión impactante: Si los milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodoma, ésta habría permanecido hasta el día de hoy.
Dese cuenta de lo que dijo Jesús, si en aquel tiempo, un ministerio como el de Jesús hubiera pasado por aquella ciudad, conocida por haber recibido el juicio de Dios, ella habría permanecido hasta hoy. ¿Por qué? ¡Porque Sodoma se habría arrepentido! La cantidad de milagros que Jesús hubiera hecho habría provocado que ella dejara de ser una ciudad bajo juicio para convertirse en una ciudad de propósito, con un legado y muchos años de existencia. El sentido de perdición que había en esa ciudad hace que sea más fácil reconocer su propósito y su destino.
El Señor anhela mostrar su misericordia, pero cuando nosotros, los creyentes, los sacerdotes, nos ponemos de acuerdo para maldecir a una ciudad, o a una celebridad, o a un político o a un jefe cruel, estamos profanando la razón por la que vivimos como cristianos. Dios está buscando personas que estén dispuestas a pararse en la brecha y a interceder. ¿Por qué? ¡Porque ÉL es bueno! Y si nadie se para en la brecha intercediendo por aquellos que necesitan misericordia, no se podrá ver la manifestación de su bondad.
El Señor nos ha dado el privilegio sacerdotal de pararnos en la brecha por naciones, ciudades, celebridades, políticos, tus padres, tus hijos, tus hermanos y todo ser humano. Tú puedes hacer la diferencia por ellos, con tu oración intercesora, porque estamos seguros que el Señor anhela mostrar su misericordia porque Él es bueno.
Pr. Rafael Vargas