Hace más de dos mil años, un día viernes, la humanidad clavó al Hijo de Dios en una cruz de madera. En ese día, muchas cosas acontecieron. El diablo se rió, la gente se burló y el Padre Celestial le dio la espalda a su Hijo. Jesucristo murió y resucitó por todo el mundo. Mientras Jesús agonizaba en la cruz, ocurrieron muchos milagros.
Según el evangelio de Mateo, cuando Jesús murió en la cruz los acontecimientos se suscitaron así :
“Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde hubo tinieblas sobre toda la tierra. Cerca de las tres de la tarde, Jesús clamó a gran voz. Decía: Elí, Elí, ¿lema sabactani?, es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Algunos de los que estaban allí, decían, al oírlo: Está llamando a Elías. Al instante, uno de ellos corrió y tomó una esponja, la empapó de vinagre y, poniéndola en una caña, le dio a beber. Los otros decían: Deja, veamos si Elías viene a librarlo. Pero Jesús, después de clamar nuevamente a gran voz, entregó el espíritu. En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros se abrieron, y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, volvieron a vivir. Después de la resurrección de Jesús, estos salieron de los sepulcros y fueron a la santa ciudad, donde se aparecieron a muchos. Al ver el terremoto y las cosas que habían sucedido, el centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, se llenaron de miedo, y dijeron: ¡En verdad éste era Hijo de Dios!” Mt. 27:45-54 RVC
Él tocó la luz. En Él tenemos la victoria sobre la oscuridad. Él es la luz eterna del cielo. Si elegimos no permitir que Jesús entre en nuestros corazones, nuestras vidas se llenaran de oscuridad. La gloriosa luz del Evangelio transforma a un número incalculable de personas cada año.
Él tocó el templo y el velo se rasgó en dos. ¡En Él tenemos la victoria sobre la separación entre Dios y el hombre! Ese velo había estado colgado durante más de 1.000 años entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Solo el Sumo Sacerdote podía atravesarlo una vez al año para entrar al Lugar Santísimo. El velo simbolizaba que la humanidad es pecadora y Dios es santo. Sin embargo, cuando el velo se rasgó en dos, todo aquel que quiera puede entrar al Lugar Santísimo para vislumbrar la Gloria de Dios.
Tocó las piedras con un terremoto. En Él, tenemos la victoria sobre la devastación. En esencia, Jesús estaba diciendo: “Si me sacan de su sociedad, su mundo se desmoronará”. Cristo es el pegamento de nuestras ciudades. Aunque a todos nos lleguen tiempos difíciles, Jesús es el que une las piezas de nuestra vida.
Tocó los sepulcros y los muertos volvieron a la vida. ¡En Él tenemos la victoria sobre la muerte! Mientras Jesús moría en la cruz, la resurrección comenzó a suceder en los cementerios cercanos. La gente se levantó de sus tumbas y entró caminando en Jerusalén. ¿Puedes imaginar el revuelo en la ciudad cuando estas personas llegaron a casa?
Cuando Jesús estaba a punto de morir, gritó: “!Consumado es!”. Cada vez que Jesús gritaba, el resultado era la resurrección. La primera vez que Jesús gritó, dijo: “!Lázaro, sal fuera!”. Y Lázaro se levantó de su tumba y se fue con Jesús.
La segunda vez que gritó, Jesús estaba colgado en la cruz. Y “los sepulcros se abrieron, y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, volvieron a vivir”.
En el futuro, Jesús gritará una vez más.
“sino que el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que aún vivamos y hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para recibir en el aire al Señor, y así estaremos con el Señor siempre. 18 Por lo tanto, anímense unos a otros con estas palabras”. 1 Ts. 4:16-18 RVC.
Tenemos victoria sobre la muerte.
Tocó al centurión. En Él tenemos la victoria sobre la duda. El centurión que crucificó a Jesús dijo: “Verdaderamente, éste era el Hijo de Dios”. Este líder militar sin duda había crucificado a decenas de hombres a lo largo de los años de servicio que tenía. Sin embargo, cuando vio que la luz había desaparecido, oyó que el velo se había rasgado, sintió que la tierra comenzaba a temblar, vio a los muertos entrando en Jerusalén, gritó: “¡Jesús es el Hijo de Dios!”.
Es bueno tener presente lo que sucedió ese día Viernes, porque hace más de dos mil años, la humanidad clavó al Mesías en una cruz de madera. Una semana antes de quitarle la vida a Jesús, la multitud lo recibía aclamándole:
“Cuando se acercó a la bajada del monte de los Olivos, todo el conjunto de sus discípulos comenzó a gritar de alegría y a alabar a Dios por todas las maravillas que habían visto; y decían: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas!” Lc. 19:37-38 RVC
A la semana siguiente: “Como Pilato quería soltar a Jesús, volvió a dirigirse al pueblo; pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo, crucifícalo!” Lc. 23:20-21.
Dios mismo puso en el corazón de la multitud los gozosos “hosannas” y el reconocimiento como Rey con que recibieron a Jesús y una semana después el diablo puso en el corazón de muchos el grito de ¡crucifícalo!
Jesús nos amó tanto que fue a la cruz por voluntad propia y murió por cada ser humano del mundo. En memoria de lo que Él hizo y por gratitud, comprometamos nuevamente nuestras vidas y nuestro mensaje a compartir la gracia de Dios con la raza humana.
Pr. Rafael Vargas